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miércoles, 29 de junio de 2016

Mis santos preferidos

El primero de todos, San José Obrero (o Artesano, como se le llamaba antes, aunque también se le podía haber puesto el sobrenombre de Carpintero, pues fue ese al parecer el oficio que desempeñó), porque, pudiendo haberse valido de su condición de padre adoptivo o putativo, como dicen algunos de Jesús, prefirió en cambio ser discreto y pasar desapercibido, apenas se habla de él en los Evangelios, como si estuviera siempre en un rincón o en segunda fila, apartado del bullicio tanto en los días de gloria como en los de dolor, silencioso y sin darse ninguna importancia, lo mismo en la vida que en el santoral.
San Pedro, porque era pescador de oficio antes de meterse a apóstol; porque le prometió a Jesús que nunca le negaría, pese a que el Maestro le había asegurado que lo haría tres veces antes de que cantara el gallo, y luego fue cobarde y efectivamente así ocurrió, y él rompió a llorar amargamente al darse cuenta; y porque dudó y tuvo miedo en el huerto de Getsemaní cuando los guardias fueron a prender al Maestro, y con una espada le cortó una oreja a Malco, el siervo del Sumo Sacerdote; y porque era más bien rudo y no tan vehemente y buen orador como san Pablo; y porque tiene las llaves del cielo y está allí sentado día y noche a la puerta para dar permiso de entrada o negarlo, razón por la que conviene alabarle y estar siempre a bien con él; y también porque es el patrón de mi pueblo y, aunque dicen que por ese simple hecho ha prometido que nos tiene allí a todos guardado un sitio, y de los mejores, no está de más sacarle en la lista (tal vez debiera solo por eso cambiarle de lugar y ponerle el primero: seguro que a san José no le importa) y de paso, recordársela, la promesa, para que no se le olvide.
San Isidro Labrador, por el oficio humilde, pero muy noble y muy digno, que ocupó sus días, que los pasaba labrando la tierra y, cuando se cansaba, se iba a rezar a la iglesia más próxima. Claro que al volver se encontraba con el trabajo hecho y los surcos acabados y bien derechos, pues un ángel se encargaba de guiar a los bueyes y otro el arado en su ausencia, y así cualquiera no se hace santo (lo hubiera tenido más difícil de no ser por eso, que los labradores son muy dados a los improperios contra el de allá arriba en cuanto no llueve cuando ellos quieren o cae una helada a destiempo).
San Francisco de Asís, porque era pobre, y porque sabía hablar con los animales con el hermano lobo y la hermana cabra, y tratar con las plantas el hermano cardo y la hermana ortiga-, y conversar con los astros fratello sole, sorella luna, y porque prefería la vida a la intemperie de andar por los caminos a la más cómoda y muelle del convento.
San Simeón el Estilita, por haber sido capaz de pasarse treinta y siete años encima de una columna en el desierto, alimentándose únicamente de pan y leche de cabra, y hablando a lo mejor solo con los cuervos, que son los animales que tienen más desarrollada la facultad del lenguaje, ya los americanos lo descubrieron hace mucho tiempo.
San Martín de Porres, por ser el primer santo mulato de América y porque se le representa siempre con una escoba, utensilio humilde que no acostumbra a verse en los altares.

1 comentario:

  1. Amigo David, a la vista del comentario que haces sobre las promesas de S. Pedro, he decidido cambiar mi residencia a la Braña, y si el cupo está cubierto, me apunto a esperar imitando a S. Simeón el Estilita.

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