La palabra cosa, que es la más servicial y
obediente de todas las palabras, pues cualquier cosa es una cosa.
La
palabra cosa, que es un caso único
porque está siempre ahí, en la punta de la lengua o en la puerta del
diccionario, cuando falla la memoria o no atinamos con el nombre que justo en
ese momento necesitamos, dispuesta a acudir en nuestro auxilio, lista para
encubrir un olvido o sacarnos de cualquier apuro.
La
palabra cosa, que bien puede ser un saco
en el que cabe todo: las cosas (herramientas) del carpintero, las cosas
(achaques) de los mayores, las cosas (manías) de ese pariente un poco especial,
las cosas (adornos) que cuelgan de las paredes, las cosas (productos)
innecesarias que se fabrican y se venden, las cosas (preguntas) que uno no supo
contestar en el examen, las cosas (aperos) de la labranza que ya nadie usa, las
cosas (ingredientes) que lleva esa tarta tan rica, las cosas (recuerdos) que se
traen de los viajes, las cosas (regalos) que traían los reyes magos, las cosas
(chanchullos, chollos, trapicheos, cambalaches, componendas, líos,
maquinaciones, enjuagues, manejos, confabulaciones, trampas, intrigas, enredos,
tejemanejes) de los negocios y la política; o, en singular, la cosa (problema)
que tanto preocupa, la cosa (secreto) que te voy a contar pero que no tienes
que decírsela a nadie, la cosa (mota, brizna) que se le ha metido en un ojo, la
cosa (experiencia) más emocionante que se ha vivido, la única cosa (meta) a la
que por ahora aspira, la mejor cosa (remedio, terapia, solución) para olvidar
las preocupaciones... Y están también las cosas del querer, que son las más
peliagudas, y las cosas de antes, y las del más allá...
La
palabra cosa, que podría ser también un caos
si cada letra, alterando el orden establecido, se pusiera donde le diera la
gana y los seres y objetos –es decir, las cosas–
que pueblan el mundo no tuvieran cada cual su propio nombre.
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