Seguidores

viernes, 17 de junio de 2016

La flor del rosal silvestre

Ya por estas fechas le habrán salido al rosal silvestre (el espino) que tanto abunda por aquellas montañas las primeras flores; flores que no tienen el prestigio de la rosa ni el aplauso popular del clavel ni la aureola literaria de la violeta, tampoco el olor del jazmín.
No las han cantado los poetas, y a los enamorados no se les ha ocurrido nunca regalárselas, pero son tan delicadas que dejan caer sus pétalos en cuanto se las toca, y tan humildes que nacen en cualquier sitio, en lo más escarpado del monte, o escondidas entre las peñas, o asomadas a los ribazos que bordean los caminos.

Vecinas del piorno, el brezo y la retama, que nadie las busque en los jardines; guardianas de barrancos y veredas, se morirían de vergüenza en una floristería, y prefieren por eso decorar matorrales, perfumar vaguadas y alfombrar laderas.
De color blanco o ligeramente sonrosado, como si los dedos del aire o la caricia de la luz o la mirada de unos ojos les sacaran el rubor, se ofrecen sin pedir nada a cambio, ni un vaso que las sostenga, ni un jarrón que las realce, ni unas simples palabras de alabanza siquiera.

1 comentario:

  1. El hecho de haberte paseado entre ellas y conocerlas, te ha llevado a dedicarles estas letras que las flores leeran con agradecimiento.

    ResponderEliminar