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miércoles, 8 de junio de 2016

Las musarañas

Las imaginaba, por el nombre, colgadas en el aire como las arañas, o en algún rincón del techo, detrás de las vigas, o encima de la lámpara, y más tarde, también por la primera parte del nombre -musa-, como criaturas aladas igual que los ángeles, o transparentes igual que el cristal, o nebulosas igual que los fantasmas, y que por eso había que mirar hacia arriba y quedarse quieto con los ojos fijos y bien abiertos a ver si ellas le miraban a uno y le inspiraban, le prestaban las ideas o le iluminaban la mente, por algo eran seres casi celestiales y cuasidivinos como las propias musas griegas y latinas cuyos nombres acababa de aprender, invisibles como el aire, y premiaban al que pensaba en ellas un rato seguido, al que las invocaba en casos de apuro: contestar a las pregunta de un examen, escribir una redacción, componerle unos versos a aquella rapaza pecosilla y con coletas...
Y no solo eso, curaban el sopor de las horas largas y aburridas, las de las ceremonias y sermones en la iglesia, las de las lecciones en la escuela, apaciguaban el tedio, traían consuelo cuando uno se quedaba solo, ayudaban a ir adormeciéndose cuando el sueño tardaba en llegar.
Luego, qué decepción al saber que su nombre venía del latín mus, o sea de ratón, y que su aspecto era parecido al de los ratones, solo que con el hocico más largo y puntiagudo, es decir, que eran en realidad unos simples animalillos, pequeños roedores insectívoros, y encima mamíferos... Pero en el fondo, todavía ahora, quiere uno creer que eso no es verdad, y que lo que son es pura fantasía, humilde invención de los poetas en trance, graciosa ocurrencia del ingenio popular para designar esa especie de nubecilla que se suele poner a veces delante de los ojos cuando nos ponemos a pensar o tenemos necesidad de distraernos.

1 comentario:

  1. Pensar en las musarañas, seguir imaginando la isla del Cíclope sin tener la tentación de ver tal miniatura de pedrusco, sería más divertido.

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