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lunes, 17 de diciembre de 2018

Recortes de exigencia


Se les señala, a los recortes de estos últimos años, como la causa de los males y estragos que padece, la enseñanza, me refiero, y concretamente la secundaria. Y no es del todo verdad.
Cuando el cronista, que algo sabe de ello, empezó a dar clase, hace cuarenta años, la ratio habitual era de treinta y tantos alumnos por aula en los cursos de bachillerato, el BUP se llamaba, y llegaba con frecuencia a los cuarenta y pico, y hasta los cincuenta en el viejo COU tan añorado.
Los únicos materiales pedagógicos con que contaban los profesores eran el libro de texto, la tiza y la pizarra. Los exámenes y cualquier otro material complementario los imprimía laboriosamente el conserje en una multicopista que dejaba las manos manchadas de tinta. Apenas se hacían fotocopias, y como mucho había en cada instituto un par de aulas habilitadas con proyector de diapositivas. Los alumnos no disponían de más herramientas que el susodicho libro de texto, el cuaderno y el estuche, y las únicas fuentes de información a su alcance eran los libros y enciclopedias de papel. Con todo, los resultados eran más que aceptables.
¿Qué pasó después? Pues, resumiendo, que unos señores en sus despachos empezaron a urdir una serie de directrices y leyes tendentes a rebajar el nivel de exigencia y menoscabar la cultura del esfuerzo con vistas a atenuar o maquillar las alarmantes estadísticas de fracaso escolar que ni la introducción de las nuevas tecnologías ni la disminución de la ratio de alumnos eran capaces de contener.
A lo mejor ahí, y no solo en los recortes también, naturalmente, en los cambios sociales, tan complejos, y en la unificación de los estudios obligatorios hasta los 16 años, es donde habría que buscar la raíz de los males, que deberían ser atendidos con prontitud porque son graves y nos afectan a todos.

                                               (La Razón, 10 de diciembre de 2017)

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