Referiré
un par de historias, verídicas y transcurridas en España: la primera oída en la
niñez y la segunda leída en los periódicos.
1 Camina
apoyado en dos muletas y a duras penas se puede valer por sí mismo. Va ya por
los sesenta arriba y lleva tiempo, más de diez años, en ese estado. Sentado a
la puerta de su casa ve pasar los días y las gentes que se afanan. Los conoce
bien, los días y sus afanes, porque son los mismos que, hasta que le rindió la
enfermedad, ocuparon toda su vida: arar y sembrar las tierras, segar la hierba
de los prados, atender a los animales... Lo justo para ir tirando y guardar
algún ahorro. De estos últimos tira ahora, qué remedio. Pero no se puede
quejar, porque vive en su casa con una hermana, soltera como él, que cuida además
un pequeño huerto y media docena de gallinas. Por eso respondió como respondió
a la carta en que se le comunicaba que le había sido concedida una pensión:
"que no podía aceptarla, que otros habría que la necesitaran más que
él". Así con estas mismas palabras lo escribió sin titubear y muy
convencido de que llevaba razón.
2 Su nombre
es conocido más allá de los círculos en que se mueve, está acostumbrado a salir
en los periódicos y en los últimos años se ha asomado alguna que otra vez a las
pantallas de la televisión. A lo largo de su carrera profesional, dilatada en
el tiempo y ligada inexorablemente a las finanzas, ha tenido siempre por
horizonte las ventanas de un despacho. Le avalan su gestión y un sinfín de
cargos. De algunos, muy a su pesar, se ha visto obligado a desprenderse. A
otros, los más sustanciosos, se sigue aferrando. ¿Qué va a hacer él si no puede
seguir ejerciendo? Pero la edad no perdona, y las intrigas, y los nombramientos
que aguardan... En fin, que las circunstancias mandan, le ha llegado la hora de
irse a casa y la empresa en pago a sus servicios le remunera con una generosa
pensión dicen las malas lenguas que millonaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario