Seguidores

lunes, 19 de noviembre de 2018

Una vieja cuestión


Saltó el otro día a los periódicos un informe sobre el preocupante número de horas que dedican los niños a ver la televisión.
¿A quién hay que echarle la culpa? ¿A los propios niños, que prefieren eso antes que otra cosa? ¿A los padres, porque les resulta más cómodo tenerlos así entretenidos? ¿A la sociedad culpable, desde Rousseau para acá, de tantos males, que, disimuladamente, teledirige ya la infancia con vistas a integrarla, como se decía en jerga de progresía, en el sistema establecido?
La realidad ofrece alguna explicación: muchos niños vuelven del colegio y están solos en casa, y qué van a hacer entonces sino encender la televisión, que es mucho más fácil que ponerse a leer un libro la estampa del niño lector parece de otra época o buscar por sí mismos la manera de entretenerse. Más fácil y cómodo incluso que salir a la calle, porque no pueden hacerlo solos y han de ir acompañados por un adulto protector. Y a los niños lo que les gustaría es eso, salir solos y encontrarse allí con sus amigos para corretear y jugar libres con ellos en la plaza y volver a casa con el tiempo justo para revisar los conocimientos adquiridos en clase (antes, hacer los deberes) y cenar.
Los niños, quién lo duda, necesitarían jugar más y ver menos la televisión, pero es difícil poner remedio a la situación. Que es más compleja de lo que parece, porque andan por el medio otros factores, como los horarios laborales o el entorno familiar; y, en lo de jugar, las actividades extraescolares que les apretujan las tardes como anticipo del modelo competitivo que en el futuro les aguarda. Convendría acaso preguntar a los pedagogos, pero andan todos ocupadísimos poniéndoles nombres nuevos a las cosas del saber.
¡Tiempos aquellos en que se pensaba que podría ser la televisión una herramienta didáctica!

                   (La Razón, 12 de noviembre de 2018)


No hay comentarios:

Publicar un comentario