Que, aplicado a las
circunstancias actuales, remite, como casi todo en estos tiempos de la nueva
normalidad, a la pandemia que no cesa. Y, en concreto, a las normas dictadas
para prevenirla y hacerle frente en dos ámbitos de la vida que muy poco tienen
que ver entre sí: el de los locales de ocio nocturno y el de las bibliotecas (quede
para otra ocasión lo de las escuelas).
A los primeros se les permitió
ya abrir, con determinadas limitaciones de aforo, en la tercera fase de la
desescalada; las segundas continúan cerradas al público y se limitan a ofrecer
el servicio de préstamo y devolución de libros.
Puede uno entender que los
locales de ocio nocturno forman parte del engranaje del turismo y, por
consiguiente, de la reactivación económica, y que, en este terreno, la cultura
lleva siempre las de perder. Pero si de lo que se trata es de prevenir
contagios y detener la propagación del virus, es decir, si prevalecieran las
razones sanitarias, la cosa cambia. Porque, tomando en consideración estas
últimas razones, a nadie se le escapan las enormes diferencias entre unos y
otras. La distancia de seguridad, pongamos por caso, y la obligación de llevar
mascarilla, ¿dónde se guarda mejor? El riesgo de contagio, ¿dónde es más fácil,
en el ruidoso movimiento de uno de esos locales o en la quietud silenciosa de
una biblioteca? Que los libros, al tocarlos, pueden contagiar, dicen, y por eso
hay que reservarlos vía telemática y no está permitido que el usuario acceda a
las estanterías, ¿pero qué ocurre con las copas y los vasos y las mesas de una
discoteca?
Por no entrar en
consideraciones de otra índole, como la función social de lugar de estudio y
fomento de la lectura que cumplen las bibliotecas públicas, que en 2018 –últimos datos disponibles– acumularon en Catalunya un total de
9.648.051 libros prestados, con 24,5 millones de visitantes.
(La Razón, 13 de julio de 2020)
Qué cosas tiene la vida - uno empieza dándole un click a una entrada en Facebook sobre el Copem, instituto donde fuiste mi profesor hace 20 años, pasa por leer unos artículos de Mercé Otero o Pilar Salvatella sobre los 50 años del instituto y al final sin saber cómo acaba viendo tus libros en Amazon y luego aquí, en tu blog.
ResponderEliminarSe me hace raro imaginarte usando un ordenador para escribir esto - me imagino que en clase de lengua me habrías dicho que los ordenadores eran para las almas perdidas como la mía, que no sabían poner tres letras juntas en un papel. Supongo que acto seguido me habrías hecho rellenar otra de esas libretas de caligrafía que yo siempre dije que no me servirían de nada en la vida (y en esto me apunto un tanto - la última vez que escribí algo en un papel debió ser en aquel instituto).
En fin, espero que la vida te trate bien allí donde estés. Un saludo.
Roger.