Se
ha pasado uno media vida como quien dice entre papeles y leyendo, y ese hábito
–que a lo mejor en este caso sí hace un poco al monje- le ha ayudado lo suyo
para hacerla más entretenida y llevadera.
Sí,
he leído muchos libros, miles, dicho sea con toda modestia, y les estoy a todos
ellos muy agradecido por los buenísimos ratos que me han hecho pasar, y por lo
que me han enseñado, y por la amistad que desinteresadamente me han brindado,
siempre atentos y esperándome con las páginas abiertas ahí en los armarios y las
estanterías.
Y
ahora que ya voy haciéndome mayor tengo que darme prisa a leer todos los que
aún me quedan por probar –y disfrutar, que viene a ser lo mismo, y una cosa
lleva a la otra-, antes de que se me acabe el tiempo y sufra en mis horas de lector,
las más quietas y animadas a la vez, aquello que decía el clásico de “ars
longa, vita brevis”.
Eso
sin tener en cuenta los que tengo ya pensados para releer, que son muchos, y
algunos llevan años haciendo cola y empiezan a dar muestras de impaciencia,
como por ejemplo estos tres, que han dado el paso decisivo de bajar del retiro
de los anaqueles y venir al bullicio de la mesa: Ficciones, de Borges, Libro
de la vida, de Santa Teresa, y Otra
vuelta de tuerca, de H. James
En
Borges –será esta la tercera o cuarta vez que leo este libro, y lo mismo me ha
pasado con otros suyos- siempre se descubre algo nuevo, un párrafo que nos
detiene, una frase que nos asombra, un adjetivo que nos parece definitivo (“la
lluvia minuciosa”, “la dócil cerradura”, “la noche unánime”, “brusca sangre”…).
Y la sensación de que, leyéndolo, estamos casi cumpliendo un deber, y que
después de él qué vamos a encontrar que se le iguale, y que, habiendo él
escrito lo que ha escrito y como lo ha escrito, para qué va uno a molestarse en
intentar escribir algo.
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Otra vuelta de tuerca, por un doble motivo: el primero, porque me dejó un gratísimo recuerdo la primera vez que la leí, allá por la mocedad; el segundo, porque no hace mucho, con los amigos que comparto tertulia literaria, convinimos en acometer otra obra suya, La lección del maestro, y el dictamen fue unánime: que el libro –una nouvelle- hacía honor al título y el maestro Henry James impartía en él, como acostumbra, otra lección de buen narrar (el celebrado punto de vista, el juego de la ambigüedad que le caracteriza, la fina ironía), de sutileza en la introspección psicológica, de habilidad para la creación de una atmósfera de misterio y de eso que los entendidos llaman economía de medios. Borges lo dijo mucho mejor y con menos palabras también: “Sus libros, sus muchos libros, han sido escritos para la morosa delectación del análisis”.
Y
a la cabeza del pelotón de los que aguardan para el turno del releer –ocupación
esta aún más amena si cabe que la del mismo verbo sin el prefijo-, Roth, el tan
apreciado Josep Roth, y tras él otros dos centroeuropeos... Cuando lleguen a la
mesa hablaré de ellos.
Moraleja:
No dejes para mañana lo que puedas leer hoy.
Borges ya no está y no podrá escribir más, tu estás y debes escribir.
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