Hoy, Viernes Santo según el calendario litúrgico, es día de oficios en las iglesias, y de calvario, que lo era, y auténtico, cuando de niños teníamos la obligación de asistir a él, y no solo el Viernes Santo, sino desde el primer día de la cuaresma hasta el último, al mediodía nada más salir de la escuela, con el pensamiento puesto en la comida y no en el sonsonete con que el señor cura iba anunciando y describiendo una por una las catorce estaciones del viacrucis, que al final acabábamos aprendiéndolas de memoria, lo mismo que el cántico que venía después, el Perdón, oh Dios mío o el Perdona a tu pueblo, Señor, que entonábamos con desgana, los ojos acechando ya la puerta de salida.
Hoy,
quería decir antes de que se me olvide, este poema que habla también de
estaciones, aunque sean otras, y está algo teñido del sentimiento propio del
día:
Calendario
Las cuatro
estaciones
del año
son tres:
tris…
teza y
desengaño.
(De Cien lecciones de cosas, inédito, por
vocación y nacimiento.)
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