Hoy,
13 de abril, se conmemora el nacimiento de dos escritores de renombre: Samuel Beckett y Seamus Heaney. Los dos son irlandeses, y los dos
vieron recompensada su labor literaria con el premio Nobel: Beckett en 1969 y Heaney
en 1995.
El
primero, Samuel Beckett, nació en Dublín en 1906 y murió en París en 1989; el
segundo vio la luz en Derry, en la actual Irlanda del Norte, y falleció en
Dublín en 2013.
Es
curioso, y significativo, que un país tan pequeño y relativamente poco poblado (la
República de Irlanda no llega a los cinco millones de habitantes) haya dado
nada menos que cuatro premios Nobel en el pasado siglo XX: los dos ya citados, más W. B. Yeats (1923) y G. B. Shaw (1925). Pero no se queda ahí la nómina,
pues a los señalados con el galardón hay que añadir otros no menos ilustres, nacidos
todos ellos en Dublín: Jonathan Swift (Los
viajes de Gulliver), Oscar Wilde y James Joyce.
Y
curioso y significativo es también el respeto –la veneración, mejor- que los
irlandeses les tributan a sus escritores, y el orgullo con que se los enseñan al viajero en
todas partes: retratados en los pubs, en estatuas repartidas por calles y
parques, en los rótulos de algunos establecimientos, en un museo a ellos en exclusiva dedicado, el Dublin Writers Museum… (algo parecido a lo de aquí, vamos…). Y
eso que algunos, Joyce y Beckett particularmente, apenas vivieron en Irlanda y
más bien huyeron de allí.
A
Beckett se le conoce sobre todo por su obra teatral, que se suele encuadrar en
el llamado teatro del absurdo, una corriente literaria surgida en Francia tras
la Segunda Guerra Mundial, y que, como su marbete ya indica, trata de reflejar,
mediante situaciones ilógicas, acciones incoherentes y personajes extraños, el
absurdo existencial, la angustia, la soledad y el vacío del hombre
contemporáneo. A ello se añade un lenguaje igualmente absurdo (mediante frases sin sentido, balbuceos,
etc.), expresión del vacío y la incomunicación.
Tal vez
donde Beckett plasmó mejor ese tema o mensaje principal, esto es, el absurdo de
la existencia humana, fue en Esperando a
Godot (1953), cuyo argumento podría sintetizarse así: dos
vagabundos, Vladimir y Estragón, esperan, sin saber por qué, a Godot, del que
nada saben y a quien nunca han visto. Para entretener la espera -inútil, porque
Godot nunca llegará-, hablan, en un descampado que tiene un único árbol, de
múltiples cosas...
Reproduzco
a continuación -y termino ya- un fragmento de otra obra de Beckett, Final de partida, en la que se relata una anécdota muy conocida:
Nagg: Escúchala otra vez (voz de narrador): Un inglés… (pone
cara de inglés, recobra su expresión habitual), que necesitaba urgentemente
un pantalón a rayas para las fiestas de Año Nuevo, va a un sastre, y este le
toma las medidas. (Voz del sastre) “Listo; vuelva dentro de cuatro días,
estará terminado”. Bien. Cuatro días después... (Voz del sastre.) “Lo
siento, vuelva dentro de ocho días, los fondillos me salieron mal”. Bien,
resulta difícil hacer bien los fondillos. Ocho días después. (Voz del
sastre.) “Estoy desolado, desgracié las entrepiernas”. Bien, de acuerdo,
las entrepiernas, es un trabajo delicado. Diez días después. (Voz del sastre).
“Lo lamento, vuelva dentro de quince días, estropeé la bragueta”. Bien, la
verdad es que hacer una buena bragueta resulta un trabajo muy comprometido. (Pausa.
Voz normal.) La cuento mal. (Pausa. Apenado.) Cada vez la cuento
peor. (Pausa. Voz de narrador.) En fin, resumiendo, entre una cosa y
otra, llegó Pascua y echó a perder los ojales. (Voz del cliente.)
“¡Maldita sea, señor, realmente esto es indecente! Dios hizo el mundo en seis
días, ¿me comprende? ¡En seis días! ¡Sí, señor, sí, el mundo! ¡Y usted no ha
sido capaz de hacerme un pantalón en tres meses!” (Voz del sastre,
escandalizado.) “¡Pero, señor! ¡Señor! Mire (gesto despectivo, con asco)
el mundo… (pausa)… y mire… (gesto apasionado, con orgullo) ¡mire mi pantalón!”.
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