Los pedagogos –hablo de los que disponen de púlpito propio en los
pasillos del poder– se pasan el tiempo planeando planes y programando programas,
y obligan con ello a los profesores a pasarse el suyo procesando
procedimientos, probando pruebas y papeleando papeles.
Los pedagogos, muy dados a pontificar desde sus despachos, olvidan,
cuando exponen sus teorías o doctrinas, un principio elemental: para enseñar
hay que saber.
Dicho de otra manera: solo el que sabe está en condiciones de enseñar
lo que sabe. Es de Perogrullo.
Y el que sabe encontrará enseguida el mejor método, la mejor forma de enseñar,
sin tener que recurrir a conceptos rígidos o normas inmutables (tampoco a
cursillos), adaptando los conocimientos de manera flexible y sin
condicionamientos ni esquemas previos a la diversidad de la clase y a las
necesidades y nivel del alumnado.
Después de haber leído pedagogos, me encuentro con un artículo en Babelia que comenta un libro de Jorge Wagensberg y de un capítulo titulado" Creatividad versus mediocridad, o el alto valor pedagógico de sentarse a ver cómo trabaja un herrero". Los conocimientos y el hierro candente son flexibles.
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