De
Franz Kafka, del que ayer, 3 de julio, se conmemoraba el centésimo trigésimo
tercer aniversario de su nacimiento (Praga, 1883), este breve relato, que expresa
la idea de cómo lo cotidiano –y no solo las situaciones excepcionales o fuera de lo
común– puede llegar a ahogar a los
personajes, que parecen marionetas en manos de factores como el tiempo, el azar
y las previsiones erróneas. Por ello, quien sea capaz de superar la situación,
puede considerarse un héroe, puesto que el heroísmo consistiría simplemente en sobrellevar
la vida diaria. El empleo de letras para nombrar a los personajes contribuye
por un lado a crear una cierta impresión de prosa “jurídica” y, por otro, dota
al relato de impersonalidad, en el sentido de que cualquiera puede ser el
protagonista de una situación similar y de que los personajes son meros sujetos
del sistema, como las letras lo son del alfabeto. En otro orden de cosas, y
pese a la brevedad, Kafka entrevé los males de la vida moderna:
despersonalización, obsesión por el tiempo, sensación de absurdo y vacío...
Una confusión cotidiana
Un
suceso cotidiano; soportarlo, un heroísmo cotidiano. A tiene que cerrar con B,
del pueblo vecino H, un importante negocio. Va a una entrevista previa a H,
invierte diez minutos en ir y el mismo tiempo en regresar, y presume en casa de
esa asombrosa rapidez. Al día siguiente vuelve a ir a H, esta vez para cerrar
definitivamente el negocio; como previsiblemente se necesitarán varias horas, A
sale muy temprano por la mañana. Aunque todas las circunstancias accesorias,
según opinión de A, son exactamente las mismas que las del día anterior, esta
vez necesita diez horas para llegar hasta H. Cuando llega por la noche agotado,
le informan de que B, enfadado por la ausencia de A, ha salido hace media hora
para buscarle en su casa; en realidad, se tendrían que haber encontrado en el
camino. Aconsejan a A que espere, pues B no puede tardar mucho en llegar. A,
sin embargo, angustiado por el negocio, se pone enseguida en marcha y se dirige
deprisa hacia su casa. Esta vez recorre el camino, sin ni siquiera darse
cuenta, en un instante. En casa le dicen que B llegó hace tiempo, justo en el
momento en que A abandonaba su casa, por lo que se había encontrado con él en
la puerta. B le recordó el negocio, pero A dijo que no tenía tiempo, que tenía
mucha prisa. A pesar del extraño comportamiento de A, B se había quedado para
esperarle. Por supuesto preguntó con frecuencia si A había llegado ya, y aún se
encuentra arriba, en la habitación de A. Feliz de poder hablar con B y poder
explicarle todo, sube corriendo las escaleras. Ya casi ha llegado arriba,
cuando tropieza y sufre la rotura de un tendón. En un estado semiconsciente
provocado por el dolor, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, escucha y
ve cómo B, difuminado por la distancia o por su gran proximidad a él, baja
furioso las escaleras y, finalmente, desaparece.
Franz
Kafka, Cuentos completos (Valdemar,
traducción de J. R. Hernández Arias)
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