En abril de 1859, hace ahora 150 años, el
Ayuntamiento de Barcelona convocaba un concurso para elegir el proyecto de
ensanche de la ciudad. En octubre de ese mismo año se resolvió el concurso, al
que concurrieron trece proyectos, y resultó ganador por unanimidad el de Antoni
Rovira i Trias. Pero el Ministerio del
Interior desestimó la decisión del consistorio barcelonés y apostó por el plan
Cerdà, que fue el que se llevó a cabo.
El proyecto de Rovira i Trias proponía una
estructura radial formada por seis grandes avenidas que, partiendo de una gran
plaza central, la actual Plaza de Catalunya, conectaban con los pueblos de la
periferia: Sants, Sarrià, Gràcia, Sant Andreu y Sant Martí. Y para que la integración de estos pueblos
resultara más armónica, los espacios comprendidos entre las avenidas se
subdividían en barrios y sectores bien diferenciados que formaban una especie
de malla o red alrededor del núcleo urbano, tal como se había hecho en la reforma
de algunas capitales europeas, como Viena o París.
Pero si el nombre de Rovira i Trias no va ligado al
Ensanche, sí perdura en numerosas obras de la ciudad, como los mercados de Sant
Antoni, Hostafrancs, el Born, la Barceloneta o la Concepción, la fuente de las
Tres Gracias en la Plaza Real o el campanario de la plaza Vila de Gràcia. Y en
Gràcia, precisamente, y para honrar su memoria y la importancia de su legado,
el consistorio barcelonés le dedicó una plaza, que aún hoy conserva todo el
sabor y el encanto de una plaza de barrio, con el añadido de que en los
establecimientos que la circundan pueden los vecinos satisfacer todas las
necesidades de la vida cotidiana. Edificada en 1861, está presidida por una
escultura de bronce del arquitecto con una placa a sus pies que reproduce su proyecto
fallido, la Barcelona que pudo haber sido y no fue.
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