En la primavera de 2007 el Ayuntamiento de Barcelona autorizó
construir un edificio de pisos en un solar de la calle Arimon, en el distrito
de Sarrià-Sant Gervasi. En el citado solar crecían algunos árboles, entre ellos
un azufaifo o jinjolero (ginjoler, en catalán) de notables dimensiones. El
azufaifo, un árbol antiquísimo, originario del sudeste de Asia, y cultivado por
griegos, romanos y árabes (quienes, presumiblemente, lo introdujeron en la
península Ibérica), era importante por su fruto y la calidad de su madera, que
se empleaba para elaborar instrumentos musicales como chirimías y tenoras. La
construcción de los pisos implicaba la tala de los árboles, pero los vecinos de
la zona iniciaron rápidamente una campaña y lograron salvar el azufaifo, que
fue declarado de interés local. Actualmente, el azufaifo, catalogado como uno
de los ejemplares más grandes y antiguos de Europa (su altura sobrepasa los 12
metros, y fue plantado en 1857), vive contento en una placita ajardinada de la
calle Arimon, y en la pared aledaña que le da cobijo, decorada por los alumnos
de la vecina Escola Superior de Disseny i Art Llotja, pueden leerse algunos
dichos populares catalanes, como este, referido a su fruto: "estar més
content que un gínjol".
Esta pasada primavera, el Ayuntamiento de Barcelona catalogó
como árbol de interés local la encina de la calle Encarnació, en el barrio de
Gràcia, amenazada, junto con las dos casitas en cuyo jardín se levanta, por la
construcción de 28 viviendas. También en este caso, el movimiento vecinal ha
influido decisivamente en la salvación final de la encina, una de las más
emblemáticas de las 4.053 que constan en el inventario del arbolado de
Barcelona. Su existencia está documentada como mínimo desde hace 200 años, y
las medidas de este magnífico ejemplar de Quercus ilex que ojalá viva muchos
más son monumentales: altura, 22 metros; diámetro de copa, 22 metros; perímetro
de tronco, 3,5 metros.
(La Razón, 14 de octubre de 2019)
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