El ruiseñor
Decía Josep Pla que la
primavera la anuncia puntualmente el canto del primer ruiseñor, y daba cuenta
él siempre de la primera vez que lo oía cada año. Así, por ejemplo, en Las horas, anota: “Este año de 1963 oí
el primer canto del ruiseñor en la noche del domingo 21 de abril, pocos minutos
antes de las doce, exactamente. En estas cosas tan importantes, hay que
precisar, y el Times de Londres, que
es un diario especializado, entre otras muchas cosas, en dar la primera noticia
de haberse oído por primera vez el canto del ruiseñor en una u otra parte de
Inglaterra, da siempre la hora del maravilloso acontecimiento”.
Y el rey
Felipe II, cuando se vio obligado, por razones de la política, a vivir durante
algún tiempo en Lisboa, echaba de menos en su palacio “a los ruiseñores, aunque
algunos pocos se oyen algunas veces de una ventana mía”, según aseguraba en una
carta enviada a su hija en 1581, dejando así constancia de esa melancolía real.
Como no
podía ser menos, tratándose del pájaro de canto más apasionado y armonioso, el
ruiseñor (cuyo precio en la antigua Roma era superior al de los esclavos) ha inspirado
a los mejores poetas. Gonzalo de Berceo decía de él que "canta por fina
maestría", y John Keats le invocaba así en su Oda a un ruiseñor: "¡Oh, pájaro inmortal, no has nacido para
la muerte!"
El
ruiseñor (bulbul, voz de origen árabe con que se le nombra también en
castellano) es el pájaro más tímido, pues se calla en cuanto sospecha que
alguien le está escuchando, y el más sentido y sentimental, pues solo canta
cuando está enamorado. Y eso es lo que quizá debiéramos aprender de él: a ser
humildes y no presumir delante de nadie, a cantar o hacer cada cual lo que
mejor sepa por pura y desinteresada vanagloria.
(La Razón, 20 de mayo de 2019)
Un hotel con historia
En un principio, cuando, hacia 1770, fue fundado por dos
ciudadanos italianos, ostentaba el nombre de Hostal de las Naciones y era solo
eso, un hostal o una fonda. Situado en el número 35 de la Rambla, acogió en su
momento a numerosos refugiados de la Revolución francesa, y su proximidad al
Teatro Principal propició que se convirtiera en el alojamiento preferido de muchos
artistas. No fueron pocos los viajeros ilustres que se hospedaron en él. Stendhal,
por ejemplo, que lo hizo en 1837, y dejó constancia de ello en sus "Memoires
d'un touriste", donde anota que desde Barcelona no se ve el mar, oculto
por las fortificaciones de la parte baja de la Rambla. Un año después, en 1838,
llegó la pareja formada por Chopin y George Sand.
A mediados del siglo XIX se construyó, en el mismo
edificio, el actual hotel, que pasó a llamarse Hotel de las Cuatro Naciones, y
como tal mereció el honor de ser considerado el primero de Barcelona y de toda
Europa. Las cuatro naciones a que se alude en el nombre son Francia,
Inglaterra, Italia y Portugal.
Según una guía de la época, el hotel se distinguía
principalmente por su lujo, y a los barceloneses les causaba especial admiración
el gran número de balcones que tenía. En 1880, pese a continuar, como estuvo
siempre, en manos italianas, afrancesó su nombre: Grand Hotel et 4 Nations. Y en
sus habitaciones continuaron alojándose huéspedes ilustres, como el mítico
Buffalo Bill, que llegó en las navidades de 1889 con su espectáculo circense
(componían la comitiva 200 pieles
rojas y otros tantos vaqueros mejicanos, y 200 animales, entre caballos,
búfalos y bisontes) o Einstein, en 1923.
Posteriormente, al desplazarse al Eixample el centro vital
de la ciudad, comenzó la decadencia del hotel, lo que llevó a su cierre en
1927, un cierre momentáneo, porque volvió a abrir en 1929 y así continúa hasta
hoy.
(La Razón, 13 de mayo de 2019)
No hay comentarios:
Publicar un comentario