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lunes, 27 de mayo de 2019

El ruiseñor / Un hotel con historia


El ruiseñor
Decía Josep Pla que la primavera la anuncia puntualmente el canto del primer ruiseñor, y daba cuenta él siempre de la primera vez que lo oía cada año. Así, por ejemplo, en Las horas, anota: “Este año de 1963 oí el primer canto del ruiseñor en la noche del domingo 21 de abril, pocos minutos antes de las doce, exactamente. En estas cosas tan importantes, hay que precisar, y el Times de Londres, que es un diario especializado, entre otras muchas cosas, en dar la primera noticia de haberse oído por primera vez el canto del ruiseñor en una u otra parte de Inglaterra, da siempre la hora del maravilloso acontecimiento”.
Y el rey Felipe II, cuando se vio obligado, por razones de la política, a vivir durante algún tiempo en Lisboa, echaba de menos en su palacio “a los ruiseñores, aunque algunos pocos se oyen algunas veces de una ventana mía”, según aseguraba en una carta enviada a su hija en 1581, dejando así constancia de esa melancolía real.
Como no podía ser menos, tratándose del pájaro de canto más apasionado y armonioso, el ruiseñor (cuyo precio en la antigua Roma era superior al de los esclavos) ha inspirado a los mejores poetas. Gonzalo de Berceo decía de él que "canta por fina maestría", y John Keats le invocaba así en su Oda a un ruiseñor: "¡Oh, pájaro inmortal, no has nacido para la muerte!"
El ruiseñor (bulbul, voz de origen árabe con que se le nombra también en castellano) es el pájaro más tímido, pues se calla en cuanto sospecha que alguien le está escuchando, y el más sentido y sentimental, pues solo canta cuando está enamorado. Y eso es lo que quizá debiéramos aprender de él: a ser humildes y no presumir delante de nadie, a cantar o hacer cada cual lo que mejor sepa por pura y desinteresada vanagloria.

                                                       (La Razón, 20 de mayo de 2019)


Un hotel con historia
En un principio, cuando, hacia 1770, fue fundado por dos ciudadanos italianos, ostentaba el nombre de Hostal de las Naciones y era solo eso, un hostal o una fonda. Situado en el número 35 de la Rambla, acogió en su momento a numerosos refugiados de la Revolución francesa, y su proximidad al Teatro Principal propició que se convirtiera en el alojamiento preferido de muchos artistas. No fueron pocos los viajeros ilustres que se hospedaron en él. Stendhal, por ejemplo, que lo hizo en 1837, y dejó constancia de ello en sus "Memoires d'un touriste", donde anota que desde Barcelona no se ve el mar, oculto por las fortificaciones de la parte baja de la Rambla. Un año después, en 1838, llegó la pareja formada por Chopin y George Sand.
A mediados del siglo XIX se construyó, en el mismo edificio, el actual hotel, que pasó a llamarse Hotel de las Cuatro Naciones, y como tal mereció el honor de ser considerado el primero de Barcelona y de toda Europa. Las cuatro naciones a que se alude en el nombre son Francia, Inglaterra, Italia y Portugal.
Según una guía de la época, el hotel se distinguía principalmente por su lujo, y a los barceloneses les causaba especial admiración el gran número de balcones que tenía. En 1880, pese a continuar, como estuvo siempre, en manos italianas, afrancesó su nombre: Grand Hotel et 4 Nations. Y en sus habitaciones continuaron alojándose huéspedes ilustres, como el mítico Buffalo Bill, que llegó en las navidades de 1889 con su espectáculo circense (componían la comitiva 200 pieles rojas y otros tantos vaqueros mejicanos, y 200 animales, entre caballos, búfalos y bisontes) o Einstein, en 1923.
Posteriormente, al desplazarse al Eixample el centro vital de la ciudad, comenzó la decadencia del hotel, lo que llevó a su cierre en 1927, un cierre momentáneo, porque volvió a abrir en 1929 y así continúa hasta hoy.

                                                                  (La Razón, 13 de mayo de 2019)


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