Primero fue el sistema numérico, o sea el del 0 al 10, el que dejó de servir. Era el que se había empleado toda la vida, pero se conoce que a algunos de los mandamases de entonces, principios de los años setenta del siglo pasado, les acometieron los pujos de la modernez y hala, a inventar nombres.
Conque aprovechando el alumbramiento de la EGB, en la que abrevaron las generaciones anteriores a la ESO, sustituyeron las cifras, más dúctiles y permisivas, pues consentían escalones intermedios (4,5, 7,5...), por letras, que no admitían matices. De este modo, el Muy deficiente desterró al 0 patatero, y de paso también al 1, el Deficiente engulló al 2 y al 3, el Insuficiente (bajo o alto, puntualizaban los profesores en las sesiones de evaluación) absorbió al 4, el 5 rascado se quedó en un Suficiente justo, el 6 pasó a ser un Bien, el 7 y el 8 ocuparon las difusas fronteras del Notable, el Sobresaliente adquirió los derechos del 9 y el 10 se reservó para la Matrícula de honor.
Vino luego la LOGSE y con ella los pedagogos, que en cuanto tuvieron mando y despachos se pusieron manos a la obra de llamar a las cosas por otros nombres. Cuanto más uniformadores mejor, como el famoso "Progresa adecuadamente" de la enseñanza primaria, que se llevó la palma en lo de anular diferencias (para los malpensados, igualar por abajo).
La llama que no cesa de los eufemismos, atizada por el empeño de los políticos en disfrazar el fracaso escolar, llega este curso en Cataluña a la enseñanza secundaria. Con la llamativa novedad de que los suspensos (palabra ya en desuso, lo mismo que aprobado) tendrán todos, sin distinción, la misma nota: "No assoliment" ("No consecución", de los objetivos, se supone).
Se empieza por cambiar el nombre y se termina por modificar o suprimir lo que designa.
(La Razón, 17 de junio de 2019)
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