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lunes, 18 de noviembre de 2019

Casi un jardín botánico



Y en el corazón de Barcelona, en el edificio de la vieja Universidad, la UB la llaman ahora, donde pasa desapercibido para los viandantes, lo cual nada tiene de extraño, escondido como está tras los altos muros que lo separan de la calle. Hablo del jardín que rodea por detrás el histórico recinto del alma máter que alberga actualmente las facultades de Filología y de Matemáticas.
No sé si a los estudiantes que ahora acuden a sus aulas en busca del saber les ocurrirá lo mismo, pero pasó uno allí tres años y apenas lo frecuentó. Preferíamos la atmósfera turbia y vocinglera del bar ubicado en el sótano al silencio ameno de aquella isla verde, y nos interesaban más otras cosas: los libros, que leíamos con suma devoción en ediciones de bolsillo; el cine que daban en las salas de arte y ensayo; la política, que era un tema serio de conversación y tenía el prestigio de la clandestinidad...
Y fue una pena, porque el jardín ofrecía –y ofrece, pues está abierto a la ciudadanía– una amplia variedad de árboles y arbustos procedentes de todo el mundo, entre ellos algunas especies dignas de ser contempladas, como un tejo y un gingko centenarios, declarados de interés local por el Ayuntamiento. Una docena de paneles explicativos ilustran al paseante sobre las utilidades de aquellos que, desde tiempos ancestrales, forman parte de nuestra cultura: el olivo, la encina, el laurel, la morera, el algarrobo, el almez ("lledoner")... Y hay palmeras, higueras, acacias, adelfas, aloes, araucarias de Norfolk, magnolias, bellasombras de América del Sur, evónimos de Japón, casuarinas y grevilleas de Australia, alcanforeros de China, un tilo de Holanda, un azufaifo, un ciprés triste, un roble cerris... Además de los ficus gigantes que ennoblecen el patio de Letras.
De manera que, para huir del ruido y buscar sosiego en la naturaleza, no hace falta ir muy lejos.

              (La Razón, 11 de noviembre de 2019)

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