No
resulta difícil encontrar desde hace algún tiempo en los estantes o expositores
que las librerías reservan a la poesía –bien
pocos, y en un rincón, por lo general el más apartado– diferentes y variadas
colecciones de haikus, que constituyen como es sabido la forma más conocida de
la poesía tradicional japonesa.
Formado generalmente por
tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente, el haiku se basa
en el asombro y el arrobo que produce en el poeta la contemplación de la
naturaleza.
Sirvan como muestra estos cinco
ejemplos:
Lirios, pensad
que está de viaje
el que os mira.
Sögui
Huye la serpiente.
En calma queda
la montaña de azucenas.
Shiki
Si a la luna llena
le ponemos un mango:
¡qué buen abanico!
Sookan
Un viejo estanque.
Se zambulle una rana:
ruido del agua.
Basho
Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo.
Basho
A los que podrían añadirse
estos otros tres, de pluma maestra y argentina, la de Jorge Luis Borges:
¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?
Algo me han dicho
la tarde y la montaña.
Ya lo he perdido.
Lejos un trino.
El ruiseñor no sabe
que te consuela.
En la fundación Ángela Merayo que tiene su ubicación en Santibáñez del Porma, lugar muy conocido por el autor de este blog, se expuso en el mes de Agosto y Setiembre una muestra artística titulada: la poética del haiku; me resultó extraño por mi ignorancia sobre esa poética, ahora que leo el comentario me resulta más comprensible lo que allí vi. Para ver la temática de la exposición se puede acceder con el título: Merayo exposición sobre haiku.
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