El
armario de luna.
Las
medias de cristal.
El
jabón de olor.
Los
renglones de los surcos.
El
olor de la hierba recién segada.
La
mansedumbre de los bueyes.
Las
horas quietas viendo nevar.
Los
relojes de cuerda, que no se daban prisa.
El
tabaco de cuarterón.
Los
librillos de papel de fumar (con una hoja roja previsora que avisaba: “Quedan
cinco hojas”.)
Los
pecados mortales y veniales.
El
latín.
El
aguinaldo.
Las
esquilas del rebaño al atardecer.
Las
roderas del carro en los caminos.
Las
jaculatorias.
Las
estampas de santos guardadas entre las páginas de los libros.
Las
gavillas en las eras.
El
colchón de lana.
El
sarampión, los sabañones.
Ir
a por agua a la fuente.
Ir
al monte por leña.
Los
impermeables de plexiglás.
La
jofaina con el aguamanil.
Los
anteojos.
La
cantina.
El
pan posado.
Los
borrones de tinta.
El
papel secante.
El
tintero (y en él se dejaban guardados los olvidos).
El
carro de heno.
El
olor nuevo de la tierra en la reja del arado.
El
coco que se lleva a los niños que duermen poco.
La
hoz a la cintura.
Las
preguntas y respuestas del catecismo.
El
trato familiar con abalorios y cachivaches.
¡Mañanicas
del mes de mayo!
Las
costumbres.
Las
lumbres de los pastores.
Los
nidos: saberlos, y andar a ellos.
El
olor del lapicero (la punta se podía hacer con la navaja o el afilador).
La
quejumbre pausada del hacha.
El
anillo de la trilla.
La
paciencia para gastar el tiempo.
La
virtud (terrenal) de la modestia.
El
olor del silencio a la intemperie.
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