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lunes, 8 de febrero de 2016

Efemérides literarias

Rubén Darío
El sábado pasado se cumplió el primer centenario de la muerte de Rubén Darío, que nació en Metapa (Nicaragua) en 1867 y murió en la también ciudad nicaragüense de León el 6 de febrero de 1916.

A Rubén Darío, considerado unánimemente como el gran renovador de la poesía en lengua castellana del siglo XX, se le tiene además por el padre del modernismo, un movimiento fundamentalmente esteticista. La literatura y el arte se conciben como un mundo pleno y absoluto frente a la mediocridad e imperfección del mundo real, y su misión no es otra que proporcionar el sentido y la belleza que no encuentran en la vida. De ahí que abunden las evocaciones históricas y legendarias de tiempos pasados, los ambientes exóticos y refinados y los motivos coloristas: ninfas y dioses, jardines, palacios y castillos, cisnes, princesas, salones cortesanos, fiestas galantes, etc. Todo un mundo de refinada belleza, opuesto, según los modernistas, a la gris vulgaridad de la vida burguesa; lo bello e inútil desde el punto de vista práctico frente a lo utilitario y materialista.
A este modernismo, que, en la poesía, concede especial relevancia a la música del lenguaje y cuida con mimo la magia de la métrica, pertenecen los dos primeros libros de Rubén Darío, Azul (1888) y Prosas profanas (1896). Precisamente en el prólogo de este segundo libro (que incluye poemas tan famosos como la Sonatina: "La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa? / Los suspiros se escapan de su boca de fresa...") aparecen estas significativas palabras: "Veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos o imposibles; ¡qué queréis, yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer!".
El otro tema importante del modernismo lo constituye la expresión de la intimidad personal, de clara inspiración romántica y simbolista: la melancolía, la nostalgia, el hastío y la tristeza como manifestaciones del malestar existencial, sentimientos envueltos casi siempre en ambientes otoñales o crepusculares de jardines abandonados, parques solitarios, tardes grises, etc. Y aquí se ancla el tercer libro importante de Darío, Cantos de vida y esperanza (1905), que incorpora además motivos hispánicos (Letanía de Nuestro Señor Don Quijote) y de cariz político (Salutación del optimista, Oda a Roosevelt).
Sin duda, uno de los poemas más significativos de esta vertiente intimista es el titulado Lo fatal, que tiene por tema la desazón existencial, el radical desamparo de los seres humanos perdidos en el tiempo y aguardando la llegada inexorable de la muerte.
En la primera estrofa, el poeta envidia al árbol y a la piedra por carecer de las facultades de sentir y pensar, exclusivas del ser humano, pues son ellas las que originan "el dolor de ser vivo" y la pesadumbre de "la vida consciente". El pesimismo impregna las estrofas siguientes, en las que se acumulan, con un ritmo in crescendo marcado por la repetición de la conjunción y, las razones de la angustia vital, resumidas y condensadas en esa terrible incertidumbre de la exclamación final. (Y obsérvese de paso el perfecto paralelismo sintáctico y la no menos impecable antítesis semántica en los versos segundo y tercero de la penúltima estrofa, así como la ruptura del ritmo métrico en los dos versos finales, de nueve y siete sílabas, frente a los alejandrinos de catorce anteriores.) 

Lo fatal

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos...!

                        (Cantos de vida y esperanza)                                          

2 comentarios:

  1. Rubén Darío cree dichosa a la piedra "porque esa ya no siente".
    El autor de este blog, ante una composición escultórica con piedra incluida escribió: Todo fluye, resbala, se desliza, pero la piedra, que es piedra de río y sabe por eso de aluviones y desbordamientos, resiste en su adivinada fragilidad: está así y ahí porque prefiere la prisión del lodo a la audacia de la aventura, la solidez de unas raices a las eventualidades de la intemperie. La piedra de Rubén Darío no piensa ni siente, la de David sabe y siente.

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