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miércoles, 23 de diciembre de 2015

Internados

Allá por los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, los niños de los pueblos teníamos que escoger, en llegando a los diez u once años, entre ir a estudiar o quedarnos en casa (en realidad eran los padres o la familia los que elegían, pero a los efectos es igual). Lo primero significaba marchar a la capital de la provincia, o más lejos aún, e ingresar como alumnos internos en un seminario o en un colegio de frailes; lo segundo, aguantar en la escuela hasta los catorce años y continuar luego el oficio del padre, arando las tierras y cuidando de los animales.
Para mejorar y llegar a ser alguien no hay más salida que los estudios, nos decían en casa, y comparaban a renglón seguido la vida de un señor maestro y la de un pastor, o la de un señor cura y la de un minero.
Aunque bastaba, añadían, y era este un argumento del todo convincente, con que nos fijáramos en las manos, blancas y finas las que andaban entre libros, rugosas, ásperas y oscuras las que tiraban del arado o cavaban con el azadón.
De gran peso eran también y muy persuasivas las razones que esgrimían los frailes que pasaban por las escuelas de los pueblos reclutando 'buenas cabezas' o dóciles fámulos, según fuera la necesidad de la orden, con el embeleco añadido de aquellas filminas en que aparecía el colegio donde iríamos a estudiar, y era siempre un colegio muy grande de tres o cuatro pisos y muchísimas ventanas que tenía comedor, salas de estudio, salón de juegos, capilla, dormitorios con las camas todas juntas en doble fila, biblioteca, duchas –el fraile nos explicaba cómo funcionaban y para qué servían, un patio enorme y dos campos de fútbol, uno para los pequeños y otro reglamentario para los mayores; esto, lo de los campos de fútbol, especialmente el reglamentario, con postes de hierro, red en las porterías y raya blanca en las áreas, el medio campo y las bandas, solía ser el argumento definitivo.
Conque casi todos acabamos estudiando para curas en el seminario, o para frailes oblatos, dominicos, agustinos, marianistas, combonianos, palotinos, pasionistas, maristas, capuchinos, franciscanos, corazonistas, escolapios, claretianos, redentoristas, etc., en el colegio respectivo.
(El catálogo que se ofrecía a las chicas no era menor en número y variedad: teresianas, agustinas, carmelitas, siervas, dominicas, franciscanas, concepcionistas, esclavas, mercedarias, descalzas, recoletas, ursulinas, salesas, trinitarias, jerónimas, discípulas, anunciatas, de la Sagrada Familia, de la Pureza...).
La vida en aquellos internados era triste como un lunes perpetuo y tediosa hasta la grisura más descolorida, pero pocos días tan felices como aquel en que, después de tres meses interminables, volvimos por primera vez a casa, que fue, en el caso de un servidor, una noche de hace ahora cincuenta y un años – y a pie y con la maleta al hombro el último kilómetro porque el land-rover del panadero de Prioro se quedó atascado entre la nieve. 

1 comentario:

  1. . . . .Aunque en algunas páginas se deslizó una arruga, ninguna está arrancada. . . El viaje aún no ha terminado. El land-rover del panadero salió del atasco, y suben, el pasajero y su maleta.

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