Más
de una vez lo he pensado, que si alguien me preguntara qué es lo que he
aprendido en estos ya bastantes años de vida, apenas sabría qué responder: tal
vez que a leer, y a mirar y observar, y, medianamente, solo medianamente, a
escribir... Y pocas cosas más hay que sepa hacer o que valga la pena nombrar,
como no sean las que aprendí de niño,
la mayoría referidas a la vida campesina y a las labores de la agricultura y del pastoreo.
la mayoría referidas a la vida campesina y a las labores de la agricultura y del pastoreo.
Bien
poco todo ello si se compara con la generación que me precedió, con los hombres
del campo, labradores y pastores, que fueron los que yo traté, y de los que
vengo, y a los que he profesado siempre admiración y respeto, pues todos, quien
más quien menos, y con mayor o menor pericia, sabían tantas cosas: arar y
sembrar las tierras, podar los árboles -e injertar, en el caso de los frutales-,
recoger y trillar las mieses, uncir y guiar la yunta, apacentar rebaños, curar
las heridas de un animal, desollar una res y destazarla, segar la hierba con
guadaña y con hoz la paja, reparar herramientas, hacer la leña, retejar un
tejado, distinguir por su nombre todos los
árboles y plantas, reconocer el canto de todos los pájaros, orientarse y
calcular la hora por el sol o las estrellas... También, en el caso de algunos,
como mi padre por ejemplo, componer huesos dislocados, estirar y volver a su
sitio tendones torcidos, cazar sin perros ni ojeadores, tocar el tambor, carpintear...
Y
tan útiles todas, no como las que se aprenden en los libros.
Has aprendido y has enseñado, y tus alumnos tendrán el mejor recuerdo. Sobre huesos y tendones, aún estás a tiempo.
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