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viernes, 11 de diciembre de 2015

Saberes

Más de una vez lo he pensado, que si alguien me preguntara qué es lo que he aprendido en estos ya bastantes años de vida, apenas sabría qué responder: tal vez que a leer, y a mirar y observar, y, medianamente, solo medianamente, a escribir... Y pocas cosas más hay que sepa hacer o que valga la pena nombrar, como no sean las que aprendí de niño, 
la mayoría  referidas a la vida campesina y a las labores de la agricultura y del pastoreo.
Bien poco todo ello si se compara con la generación que me precedió, con los hombres del campo, labradores y pastores, que fueron los que yo traté, y de los que vengo, y a los que he profesado siempre admiración y respeto, pues todos, quien más quien menos, y con mayor o menor pericia, sabían tantas cosas: arar y sembrar las tierras, podar los árboles -e injertar, en el caso de los frutales-, recoger y trillar las mieses, uncir y guiar la yunta, apacentar rebaños, curar las heridas de un animal, desollar una res y destazarla, segar la hierba con guadaña y con hoz la paja, reparar herramientas, hacer la leña, retejar un tejado, distinguir por su nombre todos los árboles y plantas, reconocer el canto de todos los pájaros, orientarse y calcular la hora por el sol o las estrellas... También, en el caso de algunos, como mi padre por ejemplo, componer huesos dislocados, estirar y volver a su sitio tendones torcidos, cazar sin perros ni ojeadores, tocar el tambor, carpintear...
Y tan útiles todas, no como las que se aprenden en los libros. 

1 comentario:

  1. Has aprendido y has enseñado, y tus alumnos tendrán el mejor recuerdo. Sobre huesos y tendones, aún estás a tiempo.

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