–En las escuelas –le oigo
decir a alguien en el metro, un profesor, o un pedagogo, o un filósofo, o un
político, cualquiera sabe–, se
deberían contar las vidas de los fracasados y no las de los héroes o los
triunfadores. Estos, además de ser un puñado, mucho menos desde luego que
aquellos, no enseñan nada, porque el héroe es por lo general fruto del azar o
de un cúmulo de casualidades, o de la buena suerte, o de la naturaleza, que fue
pródiga en cualidades con él, mientras que el fracasado lo ha sido a base de
experiencias frustradas y de esfuerzos inútiles; el triunfo adormece o atonta,
el fracaso enseña; del triunfo no se saca nada, del fracaso se aprende. El
hombre aprende, dice el dicho, de sus errores, no de sus aciertos.
–Sí –asiente el que va a
su lado, los dos de pie y agarrados a la misma barra vertical para no perder el
equilibrio–, el fracaso es una escuela de
vida.
–Por otro lado –insiste el primero, que habla con mucha
prosopopeya–, el fracasado es siempre un
ser lúcido que cuestiona los principios, socava las convenciones...
–Y las convicciones –le
interrumpe el otro.
–También, y derrumba las verdades, o lo que se tiene por verdades...
–Porque la mirada del fracasado –y constato que
también este segundo gasta el mismo engolamiento, que le alcanza incluso al
modo de gesticular, y eso que tiene solo una mano libre, la otra no la suelta
de la barra, a lo mejor es que su acompañante le ha contagiado– se alimenta del conocimiento, que es siempre destructivo, y si no
acuérdate del árbol de la ciencia del bien y del mal, ya en la Biblia...
–Eso es cierto –refrenda
el primero; decididamente, no es un político, si acaso un teórico o analista o sociólogo–,
el conocimiento trae la infelicidad,
conocer es dudar, y dudar es padecer.
–De ahí que, paradójicamente, sea esa lucidez de la que
hablábamos la que lleva al fracaso.
–Por lo que, volviendo al principio, solo el que
ha fracasado está en condiciones de dar consejo –asegura tajante.
–¿Pero de qué puede servir el consejo del
fracasado? –objeta no obstante el otro–-. ¿Quién
va a confiar en el juicio de un perdedor?
–No te quepa la menor duda –se desentiende el
primero–. El camino del que triunfa es falso; su caso
no sirve. La suerte le ha escamoteado la verdadera cara de la vida.
–Como bien dijo alguien, no recuerdo ahora quién,
de la derrota emana la sabiduría.
–Por eso mismo –concluye el que
empezó, alzando el puente de las gafas con la punta del dedo– las enseñanzas
del fracasado son las únicas que sirven.
Maestro David, vaya par de dos acompañantes ocasionales y agarrados a la misma barra; podría suceder, que el analista del fracaso, y en algunos años más, le pudieran ver como triunfador, y sin embargo ya no tendría la oportunidad de comprobarlo.
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