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jueves, 1 de diciembre de 2016

Dos relatos de la tradición oriental

Les gustaba a los alumnos este breve relato, que tiene su origen en un apólogo del siglo XIII perteneciente a la obra Al-Matnawi, del poeta místico musulmán Sufí Yalal al-Din Rumi (1207-1273). De las diferentes versiones que de él se han hecho, algunas tan conocidas como la de Jean Cocteau, recogida en la Antología de la literatura fantástica que en su día editaron Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, optaba siempre por la de Bernardo Atxaga en su obra de más éxito, Obabakoak, que es la que a continuación se reproduce.

    El criado del rico mercader
    
Érase una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto.
Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader.
Amo le dijo, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.
Pero ¿por qué quieres huir?
Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo, y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Ispahán.
Por la tarde, el propio mercader fue al mercado, y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.
Muerte –le dijo acercándose a ella, ¿por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi criado?
¿Un gesto de amenaza? contestó la Muerte. No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Ispahán, porque esta noche debo llevarme en Ispahán a tu criado.

            El criado se aleja de Bagdad huyendo de la Muerte, que, sabedora de que el lugar donde había de llevárselo era Ispahán, le ha hecho un gesto de asombro, no de amenaza como él lo interpreta.
         La ironía estriba en que es el propio acto de evitar su destino lo que hace que se cumpla.

Les gustaba también este otro, recogido por el famoso guionista cinematográfico Jean-Claude Carrière (El círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero), en el que destaca particularmente el motivo de la ingenuidad:

                                   El espejo chino

Un campesino chino se fue a la ciudad para vender su arroz. Su mujer le dijo:
Por favor, tráeme un peine.
En la ciudad, vendió su arroz y bebió con unos compañeros. En el momento de regresar se acordó de su mujer. Ella le había pedido algo, pero ¿qué? No podía recordarlo. Compró un espejo en una tienda para mujeres y regresó al pueblo.
Entregó el espejo a su mujer y salió de la habitación para volver a los campos. Su mujer se miró en el espejo y se echó a llorar. Su madre, que la vio llorando, le preguntó la razón de aquellas lágrimas.
La mujer le dio el espejo diciéndole:
Mi marido ha traído a otra mujer.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
No tienes de qué preocuparte, es muy vieja.

    
     Y hablando de cuentos, recomiendo a los lectores interesados La memoria de los cuentos (Un viaje por los cuentos populares del mundo), de Miguel Díez Rodríguez y Paz Díez-Taboada, Espasa-Calpe, Colección Austral.

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