Les
gustaba a los alumnos este breve relato, que tiene su origen en un apólogo del
siglo XIII perteneciente a la obra Al-Matnawi,
del poeta místico musulmán Sufí Yalal al-Din Rumi (1207-1273). De las
diferentes versiones que de él se han hecho, algunas tan conocidas como la de
Jean Cocteau, recogida en la Antología de
la literatura fantástica que en su día editaron Jorge Luis Borges, Silvina
Ocampo y Adolfo Bioy Casares, optaba siempre por la de Bernardo Atxaga en su
obra de más éxito, Obabakoak, que es
la que a continuación se reproduce.
El criado del
rico mercader
Érase una vez, en la ciudad de Bagdad, un
criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se
dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las
demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un
gesto.
Aterrado, el criado volvió a la casa del
mercader.
–Amo –le dijo–, déjame
el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad.
Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.
–Pero ¿por qué quieres huir?
–Porque he visto a la Muerte en el mercado y me
ha hecho un gesto de amenaza.
El mercader se compadeció de él y le dejó el
caballo, y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Ispahán.
Por la tarde, el propio mercader fue al
mercado, y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.
–Muerte –le dijo
acercándose a ella–, ¿por qué le has hecho un gesto de amenaza a
mi criado?
–¿Un gesto de amenaza? –contestó
la Muerte–. No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de
asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Ispahán, porque esta noche
debo llevarme en Ispahán a tu criado.
El
criado se aleja de Bagdad huyendo de la Muerte, que, sabedora de que el lugar
donde había de llevárselo era Ispahán, le ha hecho un gesto de asombro, no de
amenaza como él lo interpreta.
La ironía estriba en que es el
propio acto de evitar su destino lo que hace que se cumpla.
Les gustaba también este otro, recogido por el
famoso guionista cinematográfico Jean-Claude Carrière (El círculo de los mentirosos. Cuentos
filosóficos del mundo entero), en el que
destaca particularmente el motivo de la ingenuidad:
El espejo chino
Un
campesino chino se fue a la ciudad para vender su arroz. Su mujer le dijo:
–Por favor, tráeme un peine.
En
la ciudad, vendió su arroz y bebió con unos compañeros. En el momento de
regresar se acordó de su mujer. Ella le había pedido algo, pero ¿qué? No podía
recordarlo. Compró un espejo en una tienda para mujeres y regresó al pueblo.
Entregó
el espejo a su mujer y salió de la habitación para volver a los campos. Su
mujer se miró en el espejo y se echó a llorar. Su madre, que la vio llorando,
le preguntó la razón de aquellas lágrimas.
La
mujer le dio el espejo diciéndole:
–Mi marido ha traído a otra mujer.
La
madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
–No tienes de qué preocuparte, es muy vieja.Y hablando de cuentos, recomiendo a los lectores interesados La memoria de los cuentos (Un viaje por los cuentos populares del mundo), de Miguel Díez Rodríguez y Paz Díez-Taboada, Espasa-Calpe, Colección Austral.
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