La
belleza, nadie diría nunca lo contrario, ha de ser pura, incontaminada, libre,
sin ataduras ni sujeciones de ningún tipo. El cisne, por ejemplo, su blancura
inmaculada, no admitiría ni una sola sombra (Rubén Darío vio en la forma de su
cuello un signo de interrogación, que a él le remitía a las grandes preguntas:
de dónde venimos y, sobre todo, a dónde vamos…). Siguiendo este razonamiento,
también las palabras que designan la belleza habrían de serlo, puras e
incontaminadas, qué menos se les puede pedir. Y a ello vamos, empezando por los
adjetivos, que quién sabe si no nos depararán alguna sorpresa:
bello, lla, del latín bellus, "que tiene belleza": parece que no hay nada que
objetar.
bonito, ta, diminutivo de 'bueno', que proviene a su vez del latín bonus: bonito por 'agradable', 'útil',
'bondadoso'...
guapo, pa, del latín vappa, que significaba "vino estropeado", y también
"hombre vil" y "vagabundo"; guapo se aplicó asimismo al
'rufián', al 'chulo', al 'granuja'...
hermoso, sa, del latín formosus, "dotado de hermosura".
lindo, da, del latín legitimus, equivalente a "completo, perfecto" (la forma
culta, en cambio, 'legítimo', adquirió el significado de "conforme a la
ley").
precioso, del latín pretiosus,
y este de pretium, que en castellano
dio 'precio': la belleza, así pues, mezclada con el "valor pecuniario en
que se estima algo".
De manera
que podemos dejarlo casi en un empate: tres a tres.
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