Son casi
innumerables las acciones que, sin apenas darnos cuenta, de manera automática o
inconsciente la mayoría de las veces, realizamos cotidianamente, en casa por
ejemplo, y no hace falta que el recuento abarque una jornada entera, bastaría
con delimitar un breve intervalo en el diario quehacer, los momentos que siguen
al despertar, pongamos por caso, o el habitual primer recorrido con que tomamos
posesión del entorno y nos acogemos a él y lo reacomodamos: abrir una ventana, descorrer
una cortina, mirar al cielo, amansar un bostezo, palpar un mueble, abrochar un
botón, apagar una lámpara, estirar una tela, apartar una silla, recoger una
prenda, alinear un cuadro, entornar una puerta, doblar una toalla, arrimar un
frasco, mover una alfombra, rodear una mesa, aproximar una planta, curiosear un
estante, centrar un jarrón, rectificar un cojín, revisar el sofá, ponerse las
gafas, explorar un cajón, acariciar un vaso...
En los
preparativos para salir a la calle el proceder es más consciente y aplicado, la
espontaneidad se tiñe de advertencia y previsión, la motivación y las miras son
asimismo más prosaicas: consultar el reloj, asesorarse en el armario, visitar
el espejo, componer la imagen, inspeccionar las nubes, proveerse de
adminículos, calzarse los zapatos, repasar el atavío, comprobar los bolsillos,
asegurarse de las llaves, verificar las luces, cerrar la puerta, armonizar el
gesto...
No hay comentarios:
Publicar un comentario