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miércoles, 28 de octubre de 2015

Cuatro milagros

Son casi innumerables las acciones que, sin apenas darnos cuenta, de manera automática o inconsciente la mayoría de las veces, realizamos cotidianamente, en casa por ejemplo, y no hace falta que el recuento abarque una jornada entera, bastaría con delimitar un breve intervalo en el diario quehacer, los momentos que siguen al despertar, pongamos por caso, o el habitual primer recorrido con que tomamos posesión del entorno y nos acogemos a él y lo reacomodamos: abrir una ventana, descorrer una cortina, mirar al cielo, amansar un bostezo, palpar un mueble, abrochar un botón, apagar una lámpara, estirar una tela, apartar una silla, recoger una prenda, alinear un cuadro, entornar una puerta, doblar una toalla, arrimar un frasco, mover una alfombra, rodear una mesa, aproximar una planta, curiosear un estante, centrar un jarrón, rectificar un cojín, revisar el sofá, ponerse las gafas, explorar un cajón, acariciar un vaso...

En los preparativos para salir a la calle el proceder es más consciente y aplicado, la espontaneidad se tiñe de advertencia y previsión, la motivación y las miras son asimismo más prosaicas: consultar el reloj, asesorarse en el armario, visitar el espejo, componer la imagen, inspeccionar las nubes, proveerse de adminículos, calzarse los zapatos, repasar el atavío, comprobar los bolsillos, asegurarse de las llaves, verificar las luces, cerrar la puerta, armonizar el gesto...

Y de vuelta a casa, cumplidas las obligaciones o dando por concluida la travesía laboral, al recogerse cada cual dentro en sus más personales parapetos contra el desánimo y la rutina y el cansancio que trae de fuera, es el momento en que suelen acaecer cuatro de esos pequeños milagros nuestros de cada día a los que, de tan acostumbrados, casi nunca prestamos atención: pulsar un interruptor y que baje de arriba la claridad, presionar una tecla y que el aire se llene de música: ¡dos prodigios con solo apretar un botón! El tercero tiene lugar cuando, al abrir el grifo, mana el agua como si allí mismo hubiera una fuente. El cuarto, al pasar las páginas de un libro en el regazo de un sillón.

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