–Sería
el negocio del siglo, de verdad. Una casa en la montaña. O cerca de la playa.
Eso da igual. Los clientes la alquilan para pasar en ella unos días. O unas
horas, porque el precio es alto. La casa, aislada y solitaria. Como mucho, con
su jardincito. Se encierran en ella, pasan allí dentro sin salir el tiempo que
quieran. Luego, cuando salen y vuelven a la vida rutinaria de cada día, se les
restituye el tiempo que hayan estado en la casa. Que han estado dos días, pues
se les devuelven los dos días, se les entrega una tarjeta que diga: canjeable
por dos días en su vida habitual. Que han estado doce horas, se les restituyen
las doce horas. Con una particularidad: ese tiempo lo puede añadir a su vida el
cliente cuando él quiera. Quiero decir que podrá prever de antemano lo que va a
hacer con él, en qué lo va a gastar, cómo lo va a vivir: con la familia, por
ejemplo, o trabajando, o tumbado en el sofá. Un tiempo de más a su entera
disposición; como una paga extra, pero en horas, o en días, quién sabe si hasta
en semanas o meses.
Eso al
principio. En una primera etapa. Hasta que el negocio se consolide. Luego se
ofrecería la posibilidad de que el mismo tiempo pasado en la casa se pudiera
volver a vivir en el pasado. El cliente elegiría la época de su vida en la que
podría disfrutar de ese tiempo regalado. Podría vivirlo, por ejemplo, en la
infancia, y regresar así temporalmente a esos años que todos llevamos dentro, o
en la adolescencia, o en aquel año de su vida en que fue feliz. En el lugar y
las circunstancias que se le antojasen. Figúrate: lo de recuperar el paraíso
perdido dejaría de ser un sueño de poetas.
¿No te
parece que sería el negocio del siglo?
.........
"¿A
quién me nombrarás que conceda algún valor al tiempo, que ponga precio al
día...? [...]
Todo,
Lucilio, es ajeno a nosotros, tan solo el tiempo es nuestro: la naturaleza nos
ha dado la posesión de este bien fugaz y deleznable, del cual nos despoja
cualquiera que lo desea.
Y es tan
grande la necedad de los mortales, que permiten que se les carguen a su cuenta
las cosas más insignificantes y viles, en todo caso sustituibles, cuando las
han recibido; en cambio, nadie que dispone del tiempo se considera deudor de
nada, siendo así que este es el único crédito que ni siquiera el más agradecido
puede restituir".
Séneca, Cartas a Lucilio
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