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domingo, 11 de octubre de 2015

Versos de memoria. (Florilegio castellano I)

Acaso no los mejores, pero sí los que a uno le parecen más significativos, inspirados y bellos, por lo que dicen o por el modo como lo dicen, los de más alta o callada melodía, los que acuden con una cierta asiduidad a la conversación, los que han perdurado, los que se han quedado escritos para siempre en la memoria...
El orden de aparición es estrictamente cronológico, con el año de nacimiento del autor como único criterio de referencia.

1 En la tercera estrofa de la Coplas de Jorge Manrique (1440?-1479) aparece la primera gran metáfora de la lírica castellana, convertida en proverbial imagen del fugit irreparabile tempus:

            Nuestras vidas son los ríos
            que van a dar en la mar,
            que es el morir...
                                  
2  Juan Boscán (1490?-1542?) contrapone en el último terceto de sus soneto XCV la feliz mentira de los sueños a la amarga verdad de la vida:

            Durmiendo, en fin, fui bienaventurado,
            y es justo en la mentira ser dichoso
            quien siempre en la verdad fue desdichado.

3 En el último verso del famoso soneto X (¡Oh dulces prendas por mi mal halladas...) de Garcilaso de la Vega (1501?-1536), el poeta expresa su temor de que esas prendas -tal vez un pañuelo, un bucle, una cinta..., recuerdos de la amada inalcanzable y definitivamente ausente - no deseen otra cosa sino...:
 
            verme morir entre memorias tristes.

Pocos versos -ninguno, para un servidor: siempre fue mi preferido- tan bellos como este.
Del mismo Garcilaso, la conocida aliteración onomatopéyica (repetición de la s para imitar el sonido natural de las abejas al volar) con que termina la estrofa 10 de la Égloga III:

            ...en el silencio solo se escuchaba
            un susurro de abejas que sonaba.
           
4 Gutierre de Cetina (1510?-1554?) comienza su delicado madrigal quejándose de las desdeñosas miradas de la amada:

            Ojos claros, serenos,
            si de un dulce mirar sois alabados,
            ¿por qué, si me miráis, miráis airados?

5 De la Vida retirada o Canción de la vida solitaria -tópico del beatus ille-, de fray Luis de León (1527-1591), los versos del comienzo:

            ¡Qué descansada vida
            la del que huye el mundanal ruïdo
            y sigue la escondida
            senda, por donde han ido
            los pocos sabios que en el mundo han sido...

Y unas estrofas más adelante, redundando en el elogio de la vida austera y pobre:

            A mí una pobrecilla
            mesa, de amable paz bien abastada
            me baste...

También de fray Luis, los dos primeros versos de su oda A Francisco de Salinas:

            El aire se serena
            y viste de hermosura y luz no usada...
           
6  Baltasar del Alcázar (1530-1606), después de ponderar en un soneto la belleza del cuerpo de la amada, concluye en los dos últimos versos:

            Si lo que vemos público es tan bello,
            ¡contemplad, amadores, lo secreto!

7 Francisco de Aldana (1537-1578)formula en los dos primeros versos de este soneto el tópico de la vanidad del mundo (vanitas vanitatum):

            En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
            tras tanto varïar vida y fortuna...

8 En la decimoquinta estrofa del Cántico espiritual, de san Juan de la Cruz (1542-1591) que comienza así: "¿Adónde te escondiste, Amado, / y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste / habiéndome herido; / salí tras ti clamando y eras ido", estos dos versos, perfecto ejemplo de oxímoron el primero de ellos:

            la música callada,
            la soledad sonora...

9 En su famoso soneto "Mientras por competir con tu cabello...", Luis de Góngora (1561-1627) desarrolla el tópico del carpe diem, pero advirtiendo, de acuerdo con la sensibilidad pesimista del barroco, que la vida es efímera y que la belleza y la juventud, simbolizadas en las imágenes del oro, el lirio, el clavel y el cristal luciente con que ha descrito el cabello, la frente, los labios y el cuello de la mujer, se convertirán con la llegada de la muerte...

            en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Así, de forma tan sombría concluye la vida, y con esta amarga gradación descendente -pero tan rítmica, como el sonido fúnebre de un tambor, por la distribución del acento en la primera sílaba de los cinco elementos- lo hace también el soneto.
En la descripción de la oscura cueva, lecho tenebroso de la noche más negra, en que mora el mítico cíclope Polifemo (Fábula de Polifemo y Galatea), Góngora menciona las aves nocturnas que tienen allí su albergue (repárese en que los acentos rítmicos del primer verso recaen en la misma sílaba tur):

            ...infame turba de nocturnas aves,
            gimiendo tristes y volando graves.

10 Del gran Lope de Vega (1562-1635) podrían traerse aquí un buen número de versos y estrofas, como el principio y el final de uno de sus más conocidos sonetos: "Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo [...]: esto es amor; quien lo probó lo sabe"; o el primer cuarteto de este otro: "Ir y quedarse, y con quedar partirse; / partir sin alma, y ir con alma ajena; oír la dulce voz de una sirena / y no poder del árbol desasirse"; o el comienzo del celebérrimo romance: "A mis soledades voy, / de mis soledades vengo, / que para hablar conmigo /me bastan mis pensamientos."
Pero elijo sin ningún género de duda los cuatro primeros versos de este romancillo incluido en La Dorotea, en el que la barquilla es símbolo de una vida triste y solitaria que se acaba:

            Pobre barquilla mía,
            entre peñascos rota,
            sin velas desvelada,
            y entre las olas sola.

11 En la Epístola moral a Fabio, de Luis Fernández de Andrada (1575-1648), hay un verso que bien podría servir como provechoso lema vital:

            Iguala con la vida el pensamiento...

12 Del archiconocido soneto de Francisco de Quevedo (1580-1645) que lleva el significativo título de Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió, los versos del primer terceto, síntesis definitiva del tempus fugit, con esa originalísima sustantivación de las formas verbales en el último verso:

            Ayer se fue; mañana no ha llegado;
            hoy se está yendo sin parar un punto:
            soy un fue, y un será, y un es cansado.

Del mismo autor, los dos primeros versos, llenos de fina gracia, del soneto Amante agradecido a las lisonjas mentirosas de un sueño:

            ¡Ay, Floralba! Soñé que te... ¿Dirélo?
            Sí, pues que sueño fue: que te gozaba.

Y, también de don Francisco de Quevedo, los dos primeros tercetos de la también conocidísima Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita a don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, en su valimiento (epístola que, según algunos, el propio Quevedo dejó en un banquete bajo la servilleta del todopoderoso conde luego conde-duque, valido del rey Felipe IV):

            No he de callar, por más que con el dedo,
            ya tocando la boca o ya la frente,
            silencio avises o amenaces miedo.

            ¿No ha de haber un espíritu valiente?
            ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
            ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?



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