En
el campo se bautizaba solo a algunos animales, y el encargado de ponerles el
nombre de pila solía ser por regla general el cabeza de familia, que consultaba
o no según lo tuviera a bien, y el nombre era algunas veces caprichoso aunque
se solía seguir la tradición de espigar entre los que ya se habían puesto antes,
igual que se solía hacer con las personas, aunque no siempre, porque con
frecuencia se recurría al santoral del calendario que colgaba en la pared de la
cocina y lo mismo daba que el nombre sonase o no sonase, era el santo o la
santa del día y se acabó, y ahí están los Facundo, Benigno, Eutiquio, Sinesio,
Pascasio, Roque, Agapito, Rufo, Honorato, Saturnino, Desiderio... y las
Prudencia, Domitila, Teodora, Bonifacia, Petronila, Anastasia, Modesta, Dominica,
Tecla, Casimira...
Decía
que en el campo solo pasaban por la pila del bautismo algunos animales, y eran
aquellos a los que, por la labor que desempeñaban, había que dirigirse
individualmente en alguna ocasión, para darles una orden, o conminarlos a hacer
algo, o instigarlos, apremiarlos, azuzarlos: al buey o la vaca (y qué bonitos y
sonoros los de estas últimas: Garbosa, Galana, Gallarda, Bizarra, Pinta, Linda,
Majita...) para que tiraran del carro o dieran la vuelta en llegando al final
del surco con el arado, al perro para que recogiera el rebaño o escudriñase en
la espesura, particularmente a los mastines que habían de hacer frente a los
lobos(y de ahí que se recurriese a nombres que ya por sí mismos imponían
respeto: León, Tigre, Sansón, Pilatos, Nerón...). Pero no se les imponía
identidad propia a los gatos, salvo que hubiera en la casa algún niño y este se
encaprichara con apodarle, para su uso particular casi siempre; ni al gallo, de
porte mayestático y con ínfulas de emperador en su corral, y como tal merecedor
de sonoro sobrenombre; ni a las afanosas gallinas de tanta utilidad para el
suministro familiar; ni a los caballos (solo algunos ilustres han presumido de título,
como Bucéfalo, Babieca o Rocinante, y en nuestro tiempo los de carreras,
pasatiempo de ricos); ni a los burros, pese a la noble tradición literaria de
Platero y algún otro (tal vez, en el caso de asnos y caballos, porque se les
guía y corrige con la rienda y se les acucia y estimula con la espuela); ni a
las ovejas y corderos, por culpa a lo mejor de su proverbial mansedumbre; ni al
temible carnero, con lo fácil que hubiera sido, dada su particular
idiosincrasia; ni a las cabras, que tantos motivos daban, por su
comportamiento, para colgarles un sambenito...
Tu comentario hace rebrotar la memoria sobre unos animales, que eran casi como de la familia, por el tiempo que se pasaba con ellos, y allí estaba la Judía, nombre que se asociaba a una mujer librera.
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