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lunes, 2 de enero de 2017

Cambiar de vida

De tanto estirar el hilo por uno y otro lado, y cortar aquí para enhebrar allá, y darle vueltas a la costura y recomponer el descosido, llega un momento en que la tela entera se vuelve tan fina y transparente que amenaza ruina de deshilacharse; las puntadas que damos por la mañana antes de salir de casa se deshacen en cuanto tropiezan con el picaporte de la calle, y así van pasando los días y la vida corre el peligro de descoserse por uno de esos sietes que luego ya no tienen compostura, igual que les pasa a las telas de araña cuando de golpe una tarde sopla uno de esos vientos novatos que salen sin avisar de los fuelles que hay detrás de las montañas y debajo de la piel del mar.
Se planta uno entonces en la esquina por donde asoman las sombras y ve el terraplén de los jirones que se precipita hacia el río negro que discurre oscuro en lo hondo y engulle en un santiamén todo lo que llega hasta sus aguas.
Es el momento en que tomamos la firme decisión de cambiar, de no correr más el riesgo de despeñarnos en un descuido por ahí abajo, de dar un volantazo y volver por donde solíamos, de buscar otra vereda, abrir otra ventana, intentarlo por otro mapa.
Nos reconciliamos de nuevo con nosotros mismos por haber sido capaces de tomar tan apremiante y provechosa decisión, consultamos mentalmente el calendario y, como no está muy lejano el día que se estrena el año, enseguida concluimos con óptimo criterio que qué mejor manera de celebrarlo, y aplazamos para esa fecha tan significativa la ejecución de nuestro irrevocable propósito, y así aguardamos que lleguen hoy estas primeras horas de un tiempo que se nombra con otro número distinto al de ayer para pensar que tenemos que pensar en serio el modo de poner en práctica de una vez por todas esas medidas urgentes, inaplazables, absolutamente necesarias si no queremos volver a enredarnos en la madeja de esos hilos que, de tanto estirarlos por un lado y por otro, llegará un día en que no se podrá dar con ellos ni una sola puntada. 

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