Reyes
Magos de Oriente no olvidados: Vuelvo a escribiros después de muchísimos años.
Entonces, cuando aún no erais los padres, solía pediros una caja de pinturas de
Alpino –la de doce, aunque con la de seis
ya me conformaba: la de veinticuatro me parecía demasiado pedir.
La
lista de este año es algo más larga, y a lo mejor las cosas que hay en ella son
un poco más difíciles de encontrar, no sé, pero seguro que en el desván de algún
palacio os quedan todavía existencias.
Os
las digo según me van saliendo, sin más orden que el del pensamiento:
Un
calendario que cuente los días más despacio, porque a los que vamos ya por allá
arriba nos preocupa un poco que el tiempo pase tan deprisa, al fin y al cabo es
lo único que tenemos.
Una
entrada para asistir otra vez al paso de las estaciones.
Esperanzas,
todas las que quepan en las alforjas de un camello, que los temores acechan
como sombras detrás de cada esquina.
Una
lupa, para perseguir erratas y escrutar en lo por venir.
Unos
zapatos nuevos, por si es verdad la frase esa que viene en el diccionario.
La
estrella, si no la necesitáis para el viaje de vuelta.
Un
libro.
La
lumbre de la infancia, que no se apague; tampoco la llama de la memoria.
El
sueño de cada noche, que sea tranquilo.
El
hilo del que pende casi todo, que aguante y no se rompa.
Y
una caja de ilusiones, que cada vez escasean más y la última que me quedaba es
esta, la de que me vais a traer las cosas que os acabo de enumerar –alguna por lo menos, aunque con un par de ellas me
conformo: las doce me parece demasiado pedir.
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