Tengo
una infancia a la que casi todos los días vuelvo un rato.
Tengo
una mesa al lado de la ventana donde da el sol.
Tengo
algunas ideas en que pensar.
Tengo
tantos libros por leer que no voy a poder acabarlos todos.
Tengo
sesenta y cinco años.
Tengo
un atlas, y por él viajo las tardes de los domingos que se hacen largas.
Tengo
las lecciones del campo que aprendí de niño.
Tengo
tiempo.
Tengo
la ilusión de escribir alguna vez un verso que reciten los niños en la escuela.
Tengo
una caja de esperanzas que aún no he abierto.
Tengo
una colección de lápices comprados en las tiendas de los museos y otra de
palabras viejas que he ido recogiendo por los libros y las calles.
Tengo
cosas que contar.
Tengo
un cayado de pastor para andar por los caminos del monte.
Tengo
memoria.
Y tienes unos lectores que además de leer tus bienes te leen.
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