Así
estaba, envuelto en un manto blanco para no pasar frío, cuando en la pasada Navidad
tocaba emprender la vuelta.
Fue
su último viaje, y lo hizo, como siempre, dócil y servicial, sin poner ningún
reparo ni escatimar esfuerzos, ofreciendo generoso toda su comodidad.
Pero
llegó ya la hora de la despedida. Se ha hecho viejo y cualquier día le van a
prohibir circular. Que contamina mucho, dicen las autoridades.
Y
si no puede salir a las carreteras, ¿qué va a hacer? ¿Estarse parado todo el
tiempo en el garaje sin ver la luz del día?
Juntos
hemos pasado veinte años, y en amigable compañía hemos ido perezosos al trabajo,
y alegres de vacaciones, y aventureros en los viajes (¡los más de mil
kilómetros a Friburgo, de una tirada, y en cuatro ocasiones!).
Siempre
durante estos veinte años me sirvió bien, y nunca me puso en un aprieto,
incluso tuvo la delicadeza de no meterse en averías.
Y
ahora le van a dejar en un taller para el desguace, a él, tan fiel y fiable y
compañero.
Te
retiran de la circulación, viejo Volvo, pero no de mi memoria, en la que tendrás
siempre reservada una plaza libre. Por lo menos hasta que yo también me haga
viejo y tenga, como tú, que retirarme.
Nada se puede añadir sobre el último viaje, el desguace no existe, el Volvo seguirá durmiendo cubierto por esa manta.
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