Tardes de junio
Son sin duda una de las mayores maravillas del mundo
natural, y regalan
a quienes salen de casa a recibirlas el milagro de la calma.
Han venido como siempre envueltas en esa quietud
benévola que apacigua las inclemencias del vivir y mitiga la intemperie que no
cesa, la luz posándose con delicada codicia en las cosas y la brisa
aleteando en las hojas nuevas de los árboles: la tibia pereza de la primavera,
y la desidia dulce de las horas que discurren mansas como en los domingos de la
infancia, y el manto verde que deja tras de sí la lluvia, tan aplicada este
año, y las fechas azules del verano asomadas a la ventana del calendario.
Tardes
de junio para escuchar pájaros y el himno
del agua caminando por el campo hasta perderse en las veredas de la memoria...
Nubes
Tumbarse sobre la hierba y quedarse ensimismado poniéndoles un nombre
según van apareciendo, igual que hacíamos cuando éramos niños: ¡mira, un mapa,
una isla, una cordillera, un montón de lana, un rebaño, una torre, una ola (aunque
no habíamos visto ninguna, ni el mar), un gigante, el humo que suelta una
locomotora, una lumbre que encienden los ángeles frioleros (era al atardecer), un
monte que se está quemando (también al atardecer), la espuma que echa por la
boca algún dragón de África, una casa que se derrumba, un enjambre o un
hormiguero alborotados, un ejército que huye, la frente arrugada de Dios, las
barbas de un sabio o de un profeta, el estampido de un cañonazo, un continente
todo nevado, el vapor de un caldero de agua hirviendo, el serrín y las virutas de
barrer los carpinteros el paraíso terrenal!
Después de leer los escritos la creatividad viaja a algún lugar conocido, y entre las ramas de los árboles se ve el humo de la locomotora que amenaza tormenta.
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