Al hilo de lo que se trataba aquí hace un par de semanas acerca
de una serie de expresiones pretendidamente ofensivas para la dignidad de los
animales: coger el toro por los cuernos, matar dos pájaros de un tiro, ser un
conejillo de Indias... La lengua la forjan sus hablantes y, como tal, es
reflejo de una mentalidad y de una época, y ese es precisamente uno de los
valores asociados a las palabras y expresiones acuñadas en el transcurso de los
siglos, el ser testimonio vivo del tiempo en que se crearon. ¿Tiene entonces
algún sentido tratar de cambiarlas o sustituirlas? ¿En nombre de qué? ¿De la
corrección política o el buenismo animalista?
Si la historia no es culpable de lo que ha pasado, por
mucho que hoy no podamos sentirnos orgullosos de algunos hechos, tampoco la
lengua lo es, y no cree uno que frases como las antedichas menoscaben la
dignidad de los aludidos. Aunque quién sabe, a lo mejor cuando alguien arrima
el ascua a su sardina o se lleva el gato al agua está haciendo sufrir a una y
otro, y meterse en la boca del lobo o buscarle los tres pies al gato es una
intromisión intolerable en su intimidad, y referirse al lince o al elefante
para ponderar respectivamente la sagacidad y la memoria puede ofender a ambos. Y
lo mismo ocurriría con las comparaciones: estar como una cabra, más terco que
una mula, más lento que una tortuga, más pesado que una vaca... Pero algo
saldríamos ganando, porque, de aplicar a rajatabla la poda del diccionario, ya
nadie sería más pobre que una rata ni llevaría una vida perra ni tendría
pájaros en la cabeza, y el burro dejaría de ser un bruto ignorante y la gallina
una cobarde, y no habría gato encerrado en ningún sitio, y el pájaro en mano
del refrán volaría libre como los otros ciento...
(La Razón, 4 de marzo de 2019)
La están tomando con la lengua y, que yo sepa, la lengua se inventó para entenderse, no para incrementar la confusión. Los animales podrán sentirse maltratados por los hechos, nunca por las palabras, porque hasta el momento su lenguaje no coincide con el nuestro. Dejémonos de monsergas y hagamos el bien sin codificarlo tanto. Aún no se patentado un antibiótico contra la estupidez.
ResponderEliminarAbrazos.