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lunes, 20 de enero de 2020

Galdós


Se celebra este año el centenario de la muerte de don Benito Pérez Galdós. Después de Cervantes, él es sin duda nuestro mayor novelista, género al que pertenecen sus obras más conocidas, entre ellas los Episodios Nacionales, cuarenta y seis en total, en los que se propuso el ambicioso proyecto de contar en forma de novela la historia de España en el siglo XIX.
Galdós supo como nadie llevar a los libros la vida de su tiempo. Retrató con la pluma las calles y los ambientes madrileños, y, por extensión, la sociedad española de la época, una sociedad pobre, moralmente mediocre, dominada por la hipocresía, la ineficacia administrativa y el "quiero y no puedo".
Sus novelas se siguen leyendo hoy con gusto y provecho, y todo lo que en ellas describe –escenarios, personajes, vidas individuales y comportamientos colectivos– es producto de la observación directa de la realidad. Con frecuencia, la historia privada de los personajes (y los hay inolvidables: Isidora Rufete, la protagonista de La desheredada; Maximiliano Rubín y las dos mujeres cuyos nombres dan título a Fortunata y Jacinta; el profesor Manso de El amigo Manso, posible alter ego del autor; el cesante Ramón Villaamil de Miau, uno de tantos empleados de la administración que perdían su trabajo cada vez que se producía un cambio de gobierno; la mendiga Benina de Misericordia…) se entrelaza con los grandes acontecimientos públicos de la nación.
Por cierto que sus enemigos en vida –los ideológicos y los políticos, que de unos y de otros tuvo muchos en aquella vieja España de hace ya más de un siglo– se confabularon para impedir que la academia sueca le concediera el premio Nobel, que mereció de sobra.
Será a lo mejor por todas estas cosas por lo que don Benito, de talante abierto, comprensivo y liberal, nos sigue pareciendo a muchos un notabilísimo escritor y un tipo simpático, cercano y entrañable.

   (La Razón, 13 de enero de 2020)

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