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miércoles, 1 de enero de 2020

Las virtudes del silencio


El silencio es oro, dice la sabiduría popular, y también que un silencio vale más que mil palabras.
En silencio germinan las semillas y el saber, dicen los poetas, en silencio llega la noche y cambian las estaciones, de silencio están hechos los surcos de la memoria y del dolor.
En los libros se habla del silencio del campo, que sosiega el ánimo, del de las iglesias, que invita al recogimiento, del de las bibliotecas, que predispone a una vida mejor... Y del silencio de Dios, que es motivo de congoja porque parece ignorar el sufrimiento de su pueblo: "Entonces me llamarán, y no responderé", se lee en los Proverbios, y el profeta Isaías se queja así: "Eres verdaderamente un Dios que se esconde".
La mayoría de las vidas transcurren en silencio y sin llamar la atención se van cuando les llega la hora.
Como la de san José, por ejemplo, que es el santo silencioso por excelencia, pues siendo como fue testigo de la vida de Jesús, nunca dice nada. Un ángel le revela que María va a dar a luz un hijo, y él acepta el misterio sin poner ninguna objeción. En Belén, calla ante los pastores y el prodigio de la estrella que guía a los Reyes Magos, y obedece sin rechistar cuando, en sueños, un ángel le ordena marchar a Egipto para escapar de Herodes. Jesús se pierde, él y María lo buscan angustiados y, cuando lo encuentran en el templo discutiendo con los doctores, es la madre la que le recrimina por haberse quedado allí sin haberles avisado. Y así hasta su muerte, de la que nada se dice tampoco en los evangelios.
San José, que parece casi un santo a su pesar, es quizá por ello el más humilde (lo mismo que su profesión de carpintero) y también el más digno de admiración de toda la corte celestial.
   (La Razón, 26 de diciembre de 2019)

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