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martes, 7 de enero de 2020

La novela de la vida


Cada vida es una novela, y cada cual tiene la suya, y la va escribiendo capítulo a capítulo, uno por día.
Como el novelista, sabe uno ya, al escribir por la mañana las primeras líneas, lo que va a pasar, porque la vida es más o menos previsible. Pero siempre puede haber alguna sorpresa, algún incidente que no estaba contemplado en el guión. Si no tuviéramos la sospecha, o la esperanza, de que eso fuera a suceder, la vida carecería de interés, y lo mismo pasa con la novela, que se necesita al menos una pizca de intriga para mantener la atención del lector.
En las novelas conviene aderezar los hechos con una pequeña dosis de suspense, para no aburrir, y otro tanto ocurre en la vida si no queremos que se vuelva esta monótona y gris, que es como suelen ser la mayoría. ¿Dónde saltará la sorpresa? ¿Será al doblar la esquina o al volver desprevenidos por la tarde a casa? ¿Transcurrirán las horas como de costumbre o asistiremos a algún lance imprevisto?
Cada cual tiene su novela, sí, y lo que en ella ha ocurrido y vaya a ocurrir le absorbe de continuo toda la atención. La repasa cuando recuerda y la prevé cuando piensa en lo que está por venir, pero no puede corregirla ya, ni tachar siquiera un solo renglón, y tampoco avanzarla, y mucho menos escribirla a su gusto y conforme a sus deseos.
Esa novela, la que más nos importa porque es la que cuenta el afán nuestro de cada día, a la vez que la escribimos la vamos también leyendo. Y llega un momento, con el paso de los años, en que no hace uno otra cosa que pasar las hojas, y la relectura de la propia vida se convierte en una de las ocupaciones favoritas, particularmente si se es propenso a la vanidad de la melancolía.  

      (La Razón, 30 de diciembre de 2019)

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