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miércoles, 5 de abril de 2017

Notas de lectura

No salen muy favorecidos los pájaros en las páginas del diccionario: tener la cabeza a pájaros o tenerla llena de pájaros, se dice de quien alimenta fantasías o ilusiones infundadas y se comporta por ello de forma algo atolondrada e insensata; cabeza de chorlito se aplica a la persona ligera y de poco juicio... Y otro tanto les ocurre a algunas aves: hacer el ganso equivale a hacer o decir tonterías para causar risa, ser un gallina es ser un cobarde...
Tampoco en el ámbito de la ciencia y el conocimiento salían los pájaros bien parados, pues durante mucho tiempo se les ha catalogado como meros autómatas voladores, dotados de un minúsculo cerebro capaz únicamente de gestionar conductas instintivas.
Hoy se sabe, en cambio, que los pájaros aprenden sus cantos como aprendemos nosotros el lenguaje, que imitan comportamientos de otras aves, que anticipan la llegada de una tormenta lejana, que pueden encontrar la ruta hasta un lugar en el que nunca han estado; 
que hay una especie que esconde hasta treinta y tres mil semillas esparcidas por docenas de kilómetros cuadrados y meses más tarde aún recuerda el sitio donde las dejó, y otra que es experta en abrir cerraduras, y otra capaz de resolver un rompecabezas en el mismo tiempo en que lo haría un niño de cinco años; que hay pájaros que saben contar y realizar cálculos matemáticos simples, y otros capaces de fabricar sus propias herramientas, de moverse al ritmo de la música, de entender principios básicos de física, de recordar el pasado y hacer planes para el futuro.
Por poner ejemplos concretos: que las palomas reconocen rostros humanos familiares, que los gorriones de Java distinguen idiomas, que las urracas reconocen su propia imagen en un espejo, que tanto los herrerillos como los carboneros adquirieron la habilidad de abrir los tapones de cartón de las botellas de leche que se dejaban por la mañana ante las puertas, algo que se pudo constatar en determinadas localidades del Reino Unido ya hacia 1920 y se vio posteriormente corroborado...
De esos tímidos animalillos descendientes de los últimos dinosaurios, que habitan en todos los rincones, desde el ecuador y los desiertos hasta los polos y los picos más altos, y en cualquier hábitat, en tierra, mar y agua dulce, y cuyo número, según cálculos de la comunidad científica, oscilaba a finales del pasado siglo entre los doscientos y cuatrocientos mil millones, lo que representa entre treinta y sesenta ejemplares vivos por persona, trata el libro El ingenio de los pájaros (Ariel, 2017), escrito por la científica norteamericana Jennifer Ackerman, y del que un servidor ha extraído los datos y las observaciones precedentes. También, a modo de reclamo, y porque no ha podido resistir la tentación, el párrafo siguiente:

"Muchas especies de aves son muy sociables. Crían en colonias, se bañan en grupos, descansan en congregaciones y se alimentan en bandadas. Escuchan a hurtadillas. Discuten. Hacen trampas. Engañan y manipulan. Secuestran. Se divorcian. Exhiben un pronunciado sentido de la justicia. Hacen regalos. Juegan al balón prisionero y al juego de tirar de la cuerda con ramitas, filamentos de musgo y trocitos de gasa. Roban a sus vecinas. Advierten a sus crías que se mantengan alejadas de las desconocidas. Se burlan. Cultivan sus redes sociales. Rivalizan por el estatus. Se besan para consolarse mutuamente. Enseñan a su prole. Chantajean a sus padres. Convocan a testigos para presenciar la muerte de un compañero e incluso hacen duelo".

1 comentario:

  1. A los humanos, no sé el motivo, se nos adjudicó alguna destreza que los pájaros aún no practican, pero si hablamos de altura de miras no llegamos a la primera rama del árbol.

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