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miércoles, 26 de abril de 2017

Cantábrico

Somos la sombra verde del monte, y el repiqueteo minucioso y aplicado de la lluvia, y un rumor de manantial.
El chozo de los pastores solitario en la majada.
La luz azul del aire.
Los trinos del mirlo lloroso de amor entre los avellanos.
La quietud de las camperas altas a las que no llega el ruido del mundo.
Los riscos que oyen solo el brincar de los rebecos y el paso de las nubes.
La huella furtiva del oso en la hondonada.
Las esquilas que interpretan por la noche a la intemperie el son de las estrellas.
El enamorado arrullo al amanecer del urogallo, tinto el pico en sangre de arándanos.
Las rosas sin peso del espino, el musgo blando de las peñas, la corteza noble de los robles, la flor amarilla del piorno, el bosque aprendiz de los helechos.
El pregón nocturno de la carabiella.
La música del agua del arroyo.
El sosiego hacendoso de los valles y el sueño morado del brezal y la artesanía geológica de hoces, crestas y ventisqueros.
La miel con que dora otoño los hayedos.
El murmurar antiguo de los lobos.
La caricia fría del cierzo y el hilo de la niebla en las colladas.
Las frutas encarnadas del acebo.
Somos el eco del silencio y la memoria de las montañas por donde vuelan las águilas y duerme la nieve.

1 comentario:

  1. No sabría elegir lugar para estar en ese cantábrico; subiría a un risco para poder pisar las nubes y bajaría a la collada para escuchar el pregón de la carabiella.

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