1
Todos
deberíamos tener asignado un día de puertas abiertas, y que los que quisieran
pudieran venir a visitarnos y conocernos por dentro. Pero no valdría preparar
nada de antemano, ni limpiar y adecentar las dependencias, ni lucir las mejores
galas, y estaríamos obligados a enseñarlo todo, hasta los últimos rincones, sin
esconder ningún secreto.
2
Esa
hoja huérfana en el árbol desnudo que no ha llegado a sentir la primavera.
3
La
primavera está muy desprestigiada en la poesía y como tema de redacción
escolar, pero revive cada año con la misma viveza y plenitud, incluso en los
vertederos y las autovías de las ciudades. Y hay sabios que han llegado a la
conclusión de que las tardes de junio deberían incluirse en la lista de las siete
maravillas del mundo.
4
Los
mirlos, que cantan a la vida, contentos por el simple hecho de estar vivos, y
saludan al mundo cada día al amanecer, y también a esos que son sus vecinos y
viven extrañamente ocultos a esa hora tras los cristales de la ventana,
envueltos todavía en la telaraña del sueño, o amedrentados por las
preocupaciones que acechan bajo la almohada, o amodorrados aún por la pastilla
sin la cual no se cierran los ojos ni llega la tranquilidad.
Los
mirlos que entonan en las ramas o en los tejados su concierto, y solo los
árboles y las paredes y las antenas de televisión los escuchan, pero no
nosotros, que ni reparamos en ellos, ni mucho menos agradecemos su canto, y ni
siquiera levantamos la vista porque salimos de casa presurosos con la cabeza en
otro sitio y asediados por tantas dudas y temores y obligaciones que no tenemos
tiempo para esas menudencias, oír el canto amoroso y alegre de unos pájaros que
lo único que hacen es eso, vivir y cantar.
5
Pero
a los mirlos, afortunadamente, les trae sin cuidado lo que hagamos, porque no
necesitan nuestra atención, ni esperan el aplauso: cantan para ellos solos y
sin esperar ninguna recompensa.
Y
lo mismo hacen las nubes, que no se cansan de pasar por el cielo aunque nadie
se detenga a mirarlas.
Y la luz que diariamente se nos regala.
6
Lo malo de salir al campo en primavera es que los ojos se
tiñen de verde y luego, al posarse en las páginas de los libros, estos se
emborronan todos. Y pasa lo mismo con el oído, que vuelve tan afinado de
escuchar los cantos de los pájaros que es incapaz de apreciar otra música que
no sea la del silencio.
7
-¿Qué es el amor platónico? -pregunta el
profesor.
Y enseguida se levanta una mano:
-Yo lo sé: el amor de un señor que se enamoró
de su burro que se llamaba Platón y luego escribió un libro que se titulaba
Platón y yo.
8
Aunque está
uno ya en esa edad en que no puede hacerse ilusiones de volver a tener
ilusiones.
Tus apuntes me llevan hasta la orilla del río, escucho los cánticos de un mirlo, no sé donde está, pero su eco resuena en la arboleda del cauce.
ResponderEliminar