A
más de uno le habrá salvado la campana (cuando estaba en una situación
comprometida), y cualquiera puede echar (o lanzar) las campanas al vuelo (si de
lo que se trata es de celebrar un triunfo), y es también posible oír campanas y
no saber dónde (cuando las noticias que se tienen son vagas e inciertas), pero
cada vez son menos los que saben tocarlas, o tañerlas, para convocar con su
sonido al vecindario. Que es lo que hacía el campanero, otro de los oficios en
vías de extinción, o el sacristán cuando faltaba aquel y se trataba de anunciar
los oficios religiosos, a misa o al rosario, por ejemplo, o de invitar a rezar
un avemaría al amanecer (toque de alba) o al mediodía (toque de ángelus).
Porque
el lenguaje de las campanas se compone de diferentes toques, que feligreses y
vecinos entienden sin dificultad cuando los oyen: a concejo (reunión abierta para
tratar asuntos de interés general), a hacendera (trabajos a que debe acudir
todo el vecindario, por ser de utilidad común, como arreglar los caminos), a quema (aviso de incendio, en
una vivienda o en el monte)...
Las
campanas doblan cuando tocan a muerto (toque de ánimas, o de difuntos, o clamor),
repican cuando suenan o tañen repetidamente con cierto compás en señal de
fiesta o regocijo y voltean si, también por un motivo alegre, se les da la
vuelta completa en el campanario.
Las
campanas tocan a rebato para dar la señal de alarma ante un peligro grave, y a nube,
nublo o tentenublo para detener, conjurar o aplacar las tormentas: "tente nube, / tente tú, / que más puede / Dios que tú".
Las
campanas, que en estos días de la Semana Santa estaban antes calladas en señal
de luto y en su lugar retumbaban por las calles las carracas, y con qué alegría
y aplicación las hacíamos sonar los rapaces de la escuela.
Mirar las casas del pueblo desde el campanario es entrar en ellas sin llamar.
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