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miércoles, 4 de abril de 2018

Historias de andar por casa


Tiene todo el día por delante.
El día es largo, el día es bello.
Qué agradables sorpresas, qué insospechados alicientes, qué imborrables experiencias le tendrán reservadas las horas que como un regazo acogedor ante él se abren.
Pero antes, armado de la aspiradora, se dispone a restaurar el orden y la limpieza por doquier.
Se ensaña con la moqueta deshilachada de la biblioteca, escarba enconadamente en los entresijos del parqué, arremete en furiosas oleadas de incontenible ímpetu contra las dos alfombras del salón. A la caza de la oculta miga de pan, a la captura del escurridizo grumo de lana volandero, remueve mesas y sillas, escudriña con denuedo los rincones todos.
Provisto del artesanal paño húmedo y del más eficaz abrillantador de muebles, inicia la despiadada batida contra el polvo. Inmisericorde hasta con la más diminuta mota, decidido a infligirle el más severo de los correctivos, lo persigue con briosa intrepidez por cuadros y estanterías, en las sinuosidades de los adornos y en los recodos de las puertas y ventanas.
Con la escoba, ese arqueológico, antediluviano utensilio impropio de la era tecnológica en que vivimos, barre la terraza. Tras los cristales del piso de enfrente, le mira con desolada incredulidad una mujer que luce con enérgico desparpajo una bata de color rojo. Como ni ante ella ni ante nadie quiere pasar por negligente ni descuidado, forma con las inmundicias barridas un pequeño montículo en el centro de la terraza y corre a la cocina en busca del recogedor antes de que una ráfaga de viento las disperse.
Ya suficientemente oreadas por el aire fresco de la mañana, hace con fervor las camas, tarea ímproba donde las haya, y emprende a continuación el hacendoso quehacer del fregado, que es, de todas las labores del hogar, la que exige una más meticulosa tenacidad. Bien es verdad que, en contrapartida, resulta la más propicia a la filigrana y el lucimiento, aquella en la que el asiduo esmero queda reflejado en la delicadeza del detalle, en la orfebrería de la minucia: el resplandor de una baldosa, el brillo inédito de un rincón, la nitidez del dibujo de un rodapié... Todo primor es posible en un fregado hecho con aplicación.
Al acabar, echa una ojeada a su alrededor y contempla con satisfacción la obra bien hecha.
Y, ahora sí, tiene todo el día un día largo y bello por delante.

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