A los ilustrados y clasicistas del XVIII les pudo el
afán didáctico y la afición por las altas ideas de alcance universal, y los
románticos del XIX prefirieron otros escenarios naturales para ambientar sus
poemas: las ruinas, la noche, la niebla, los cementerios, el mar embravecido...
De modo que la fuente parece agostarse como motivo
poético. Y así precisamente, seca y sin agua, y como fúnebre advertencia, la presenta
Rosalía de Castro:
Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;
ya
el viajero allí nunca va su sed a apagar.
Ya no brota la hierba, ni florece el
narciso,
ni
en los aires esparcen su fragancia los lirios.
Solo el cauce arenoso de la seca corriente
le
recuerda al sediento el horror de la muerte.
¡Mas no importa!; a lo lejos otro arroyo
murmura
donde
humildes violetas el espacio perfuman.
Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las
ondas,
tiende
en torno del agua su fresquísima sombra.
El sediento viajero que el camino atraviesa,
humedece
los labios en la linfa serena
del
arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
y
dichoso se olvida de la fuente ya seca.
La fuente vuelve a manar a principios del siglo XX en el
primer libro de Antonio Machado, que la convierte en imagen del fluir monótono
de la vida y, por extensión, del paso del tiempo:
En el solitario parque, la sonora
copla
borbollante del agua cantora
me
guió a la fuente. La fuente vertía
sobre
el blanco mármol su monotonía.
La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,
un
sueño lejano mi canto presente?
Fue
una tarde lenta del lento verano.
Respondí a la fuente:
No
recuerdo, hermana,
mas
sé que tu copla presente es lejana.
Fue esta misma tarde: mi cristal vertía
como
hoy sobre el mármol su monotonía.
......
Dice la monotonía
del
agua clara al caer:
un
día es como otro día;
hoy
es lo mismo que ayer.
......
¡Verdes jardinillos,
claras
plazoletas,
fuente
verdinosa
donde
el agua sueña,
donde
el agua muda
resbala
en la piedra!
O también, como en la primera estrofa de este conocido
poema, en símbolo de la vida que el poeta no ha conocido, y que, por eso mismo,
sueña con alcanzar:
Anoche cuando dormía
soñé,
¡bendita ilusión!,
que
una fontana fluía
dentro
de mi corazón.
Di,
¿por qué acequia escondida,
agua,
vienes hasta mí,
manantial
de nueva vida
de
donde nunca bebí?
La melancolía y la sombra de la muerte, tan presentes en
toda la obra de Juan Ramón Jiménez, tiñen de negros presagios la visión de la
fuente en este poema:
Fuente seca y ruinosa, ¡ya no eres más que
piedra!
-Oh,
antigua fuente de plata, oh, dulce y clara fuente!-
Un
verdón se equivoca con tu fosa, y la yedra
cuelga
de ti, lo mismo que una hermana indolente.
¡Palacio abandonado de un agua, te secaste,
lo
mismo que mi vida, para callar tu historia;
pero
el sol de la tarde sueña en lo que dejaste,
como
un agua de oro que canta en mi memoria!
Y la fuente, contrapunto tranquilo de una vaga e
incipiente desazón, tintinea en el estribillo que acompasa la canción infantil
en la Balada de la placeta de García
Lorca:
Cantan los niños
en
la noche quieta:
¡Arroyo
claro,
fuente
serena!
........
Ya nos dejas
cantando
en la plazuela.
¡Arroyo
claro,
fuente
serena!
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