Instructivo, sin duda, y muy ameno, desde Badalona, cuyo
barrio marinero bien merece una visita, hasta el Fórum, con las huellas del
temporal visibles todavía en las playas y el paseo marítimo. Los operarios
municipales se afanan en borrarlas, observados de cerca por jubilados
solitarios y en cuadrilla que cumplen con sus obligaciones inspectoras sin
perder detalle, no sea que luego se les quede algo en el tintero cuando emitan su
informe ante los amigos en el bar.
La fábrica de Anís del Mono, que en 1870 empezó a destilar
en sus alambiques el afamado licor, y un poco más abajo el Puente del Petróleo,
maltratado por el reciente oleaje, en realidad un pantalán o embarcadero pequeño
que se adentra en el mar, construido en su día para descargar el petróleo de
los barcos cisterna que surtían a las industrias de la zona. Vigila la entrada,
ahora precintada, una escultura del emblemático mono que adorna la etiqueta del
anís al que da nombre (y que, dicen, está inspirado en Darwin y su libro
"El origen de las especies", de 1859).
La central térmica de Sant Adrià, ya inactiva, que
abasteció de luz a Barcelona y es ahora una mole imponente de hormigón acaso destinada
a convertirse en icono de la civilización industrial, con sus tres chimeneas
elevándose al cielo como las agujas de una catedral obrera del extrarradio.
La desembocadura del Besós, que con las lluvias pasadas ha
vuelto a reclamar su condición de río impetuoso capaz de ocupar todo su cauce,
encajonado entre paredes de cemento. Para celebrarlo, una familia de cormoranes
ha venido establecerse en sus aguas.
Si la fábrica del anís, el pantalán y las tres chimeneas (e
incluso el río) son vestigios de otra época, el Fórum es la frontera donde
alguien quiso que empezara el futuro, un futuro de diseño informatizado y
arquitectura aséptica de perfiles afilados y variada geometría, toda cristal y
colorines relucientes.
(La Razón, 8 de febrero de 2020)
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