¡La
descuidada elegancia de sus movimientos, y ese palaciego distanciamiento con
que miran pasar las cosas!
Profundamente
hastiados de todo lo que les rodea, convencidos de que el mundo extraño y
plebeyo en el que viven carece del más mínimo interés, resignados a pasarse la
vida rememorando sin descanso las glorias de su reino perdido, deambulan de
aquí para allá con olímpica galbana.
Hace
ya muchísimo tiempo que abandonaron la pretensión de entender las razones por
las que el curso del destino se cebó con ellos; la confianza en una hecatombe o
en un brusco viraje universal que ponga todo patas arriba y restituya el orden
primigenio de las cosas es ya solo una vaga promesa de consuelo a la que no prestan
interés.
Viven
entretanto entregados al sopor, en la añoranza perpetua de su condición
perdida, sin dejar por un momento de alardear de su superior naturaleza.
Si
han aceptado que los hayamos conceptuado de domésticos y les hayamos asignado
ese papel decorativo es porque así, sin saberlo nosotros, se sienten ellos en
su papel, monarcas absolutos de la ensoñación, soberanos indolentes de las
alfombras junto al fuego, señores de las mejores vistas al sol en los rincones
más exclusivos de las casas.
Creemos
que nos dan compañía y, acostumbrados como están a ser servidos, ni se molestan
en apartarse a nuestro paso; solicitamos su atención y se dignan apenas abrir
con desgana un párpado; les acariciamos el lomo y reviven ellos los halagos del
séquito que les acompañaba a todas partes; los llamamos con mimo por su nombre
y se arrullan en los placeres del vasallaje; les dejamos la comida en el plato
y paladean de gusto al reafirmarse en su prosapia de príncipes bien servidos.
Se
aburren en fin soberanamente y entran y salen de las habitaciones con sigilo y
discreción porque así lo hacían habitualmente en las siete vidas anteriores por
sus aposentos dinásticos.
(La Razón, 23 de febrero de 2020)
Echo en falta los gatos que en otras épocas muraban, los michos se han apoltronado, su misión en este mundo era cazar ratones y andar por los aleros de los tejados, pero no, la vagancia y el sopor es su oficio, la compañía es interesada y los roedores acampando.
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