Puede
uno, andando por el diccionario, meterse en camisa de once varas, aunque sea
esto preferible a que no le llegue la camisa al cuerpo, o a que, por ambición o
espíritu acomodaticio, se vea obligado a cambiar de camisa, o de chaqueta, que
viene a ser lo mismo.
Para
evitarlo, es aconsejable nadar y guardar la ropa, o tentársela antes, sobre
todo si la hay tendida, ropa, se entiende.
Por
regla general es conveniente asimismo no soltar prenda, en particular si no se
conoce el paño, o no se quiere entrar al trapo (en cuyo caso, y valga la
redundancia, puede uno salir hecho un trapo o que alguien le ponga como un
trapo, que equivale más o menos a que le pongan como chupa de dómine). Y en
cuanto a los trapos, si son sucios, mejor lavarlos en casa que no sacarlos al
sol o a relucir.
Y
si en vez de trapos se trata de pantalones, ponérselos si es necesario, o llevarlos
cuando menos bien puestos, pero nunca bajárselos.
Y
en el caso del calzado es muy importante que sepa cada cual dónde le aprieta el
zapato.
Claro
que son muchos los que, poniendo por excusa el estar hasta el gorro de reglas y
advertencias, y prefiriendo sacarse de la manga las que a ellos les conviene,
hacen como quien dice de su capa un sayo, y les da lo mismo que en su casa ande
todo manga por hombro, y que otros tengan que sudar la camiseta o apretarse el
cinturón para no andar de capa caída o buscar quien les eche un capote.
Y
los hay, en fin, que son de abrigo, más dados a echar el guante que a echar un
guante, y no escasean los que están dispuestos a defender a capa y espada
cualquier cosa, y los que llaman de guante blanco, que se llenan los bolsillos
o se ponen las botas y no les duelen prendas.
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