A
más de uno le habrá salvado la campana de una situación comprometida, y
cualquiera puede echar (o lanzar) las campanas al vuelo para celebrar un
triunfo, y es también posible oír campanas y no saber dónde si las noticias que
se tienen son vagas e inciertas. Ocurre así con las del diccionario, pero cada
vez son menos los que saben tocar las de las iglesias. Que es lo que hacía el
campanero, otro de los oficios en vías de extinción, o el sacristán cuando
faltaba aquel y se trataba de anunciar los oficios religiosos, a misa o al
rosario por ejemplo, o de invitar al rezo de un avemaría, primero al amanecer
(toque de alba) y luego al mediodía
(toque de ángelus).
Porque
el lenguaje de las campanas se compone de diferentes toques, que feligreses y
vecinos entienden sin dificultad cuando los oyen: a concejo (reunión abierta
para tratar asuntos de interés general), a hacendera (trabajos a que debe
acudir todo el vecindario, por ser de utilidad común, como arreglar los caminos),
a quema (aviso de incendio, en una vivienda o en el monte)...
Las
campanas doblan cuando tocan a muerto (toque de ánimas, o de difuntos, o
clamor), repican cuando suenan o tañen repetidamente con cierto compás en señal
de fiesta y voltean si, también por un motivo alegre, se les da la vuelta
completa en el campanario.
Las
campanas tocan a rebato para dar la señal de alarma ante un peligro grave, y a
nube, nublo o tentenublo para detener, conjurar o aplacar las tormentas: "Tente nube, / tente tú, / que más puede / Dios que tú".
Las
campanas, que en estos días de la Semana Santa estaban antes calladas en señal
de luto y en su lugar retumbaban por las calles las carracas convocando a los
oficios, y con qué alegría y aplicación las hacíamos sonar los rapaces de la
escuela.
(La Razón, 15 de abril de 2019)
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