Seguidores

jueves, 23 de marzo de 2017

Efemérides literarias

Stendhal, seudónimo de Henri Beyle, nació en Grenoble (Francia) el 23 de enero de 1783. En 1800 se trasladó a Milán, como subteniente del ejército de Napoleón. La vida militar le decepcionó, pero le sirvió para descubrir Italia, una experiencia que nunca olvidaría. Un año después regresó a Francia, donde intentó darse a conocer como escritor, sin conseguirlo. Su vida discurrió luego entre Italia y París, ciudad en la que murió el 23 de marzo de 1842.
Stendhal inició el camino del realismo con su novela El rojo y el negro -Le rouge et le noir, 1830-, crónica, según el autor, de las costumbres de la sociedad francesa bajo la restauración borbónica. Otra importante novela suya es La cartuja de Parma -La chartreuse de Parma, 1839-, cuya acción transcurre en Italia.
Stendhal es un maestro en el arte de hacer vívido y real un mundo imaginario -suya es la definición de la novela como "un espejo a lo largo del camino"-, particularmente en lo que respecta a los personajes, cuyo mundo interior se va perfilando a través de sus acciones y reacciones. El narrador, y tal vez sea esto lo más nuevo y original, se limita a seguirlos y anotar sus comportamientos, de los que solo ellos parecen responsables. Y los dos, narrador y lector, comparten la misma perspectiva y asisten sorprendidos o escépticos o alarmados a sus andanzas (y también, sin darse cuenta, el lector se va poco a poco contagiando de la mirada compasiva y el tono benevolente con que el narrador los contempla y acompaña).
Las dos obras antes mencionadas figuran entre las más grandes de la novela realista del XIX, y en ellas, aparte de su valor como documento histórico, tiene gran interés el estudio psicológico de los personajes. Destaca en este sentido el protagonista de Rojo y negro, Julien Sorel, prototipo del joven ambicioso, frío y calculador, capaz de servirse de todo y de todos con tal de conseguir sus aspiraciones.
Hijo de un carpintero, Julien Sorel entra como preceptor de los hijos de la rica familia Rênal, pero los rumores de su relación amorosa con la señora de la casa hacen que sea despedido. Empieza entonces sus estudios en el seminario para ser un día sacerdote, que es la carrera que siempre se había pensado para él y que llevaba aparejado el uso del traje negro, opuesto al rojo de la milicia, en el que tal vez en otro tiempo hubiera podido triunfar: de ahí el título de la novela.
El protagonista de La cartuja de Parma es el joven Fabricio del Dongo, que, entusiasmado por la personalidad de Napoleón, decide unirse a su ejército.
Uno de los episodios más célebres de esta novela es la descripción de la batalla de Waterloo, en la que, aturdido y confuso, Fabricio toma parte.

[…] Pero el estruendo fue tal en ese instante que Fabricio no pudo contestarle. Hemos de confesar que nuestro héroe era muy poco heroico en este momento. Sin embargo, no era el miedo lo que en él predominaba; estaba escandalizado principalmente por ese ruido que le hacía daño en los oídos. La escolta [del mariscal] empezó a galopar atravesando un gran campo labrado situado más allá del canal; este campo estaba lleno de cadáveres.
-¡Uniformes rojos! ¡Uniformes rojos! -gritaban alegres los húsares de la escolta.
Fabricio no entendía nada al principio; pero por fin observó que, en efecto, casi todos  los cadáveres estaban vestidos de rojo. Algo en ellos le hizo estremecerse de horror: muchos de aquellos infelices vivían aún y gritaban pidiendo auxilio; pero nadie se detenía a socorrerlos. Nuestro héroe, muy humano, se tomaba un enorme trabajo para que su caballo no pisara a ninguno de aquellos soldados de uniforme rojo. La escolta se detuvo; Fabricio, que no prestaba atención bastante a su deber de soldado, seguía galopando, mientras miraba a un desgraciado herido. […]
 “¡Ah!, ya estoy por fin en pleno fuego”, se dijo. “He visto el fuego”, repetía con satisfacción. “Ya soy un verdadero militar”. Iba entonces la escolta a galope tendido, y nuestro héroe se dio cuenta de que lo que levantaba la tierra por todas partes eran las balas de cañón. Por más que aguzaba la vista para ver de dónde venían aquellas balas, no veía más que el humo blanco de la batería a una enorme distancia, y, en medio del estruendo constante  de los cañonazos, creyó oír descargas mucho más cercanas. No entendía nada. […] El mariscal se detuvo y volvió a mirar con el catalejo. Esta vez Fabricio pudo contemplarlo a su gusto; le pareció muy rubio, con una cabeza gruesa y rojiza. “No tenemos en Italia caras como esta”, pensaba. “Nunca yo, tan pálido y con mi pelo castaño, seré así”, siguió pensando entristecido. Y para él significaban estas palabras: “Nunca seré yo un héroe”. Luego miró a los húsares: excepto uno, todos tenían bigotes rubios. Al mirarlos, ellos le miraron a él, y esta mirada le hizo ruborizarse. Para poner fin a su desazón, volvió la cabeza hacia el enemigo. […]
Después de atravesar con todos los demás un pequeño canal, se encontró Fabricio al lado de un sargento de húsares que tenía cara de buena persona. “A este voy a hablarle, se dijo, y así quizá dejarán de mirarme”. Meditó largo tiempo.
-Señor, es la primera vez que asisto a una batalla –dijo por fin al sargento-;  pero ¿es esto una verdadera batalla?
-Pues claro. Y usted, ¿quién es?

No hay comentarios:

Publicar un comentario